Puede que resulte prematuro, y a lo mejor innecesario, anunciar un llanto como consecuencia y humana reacción ante algo que aún no se ha producido. Incluso que parezca el lloro desproporcionada respuesta emocional, sobre todo teniendo en cuenta que hay cosas más importantes que justifican hoy las lágrimas. Pero lo que busco al escribir esto es precisamente llamar la atención, al menos de algunos corazones sensibles, para que el hecho que pudiera provocarlo no llegue a materializarse.
Se anuncia en estos días el llamado proyecto Sevilla Park, que lleva consigo la construcción de un gran auditorio junto al Puente de las Delicias. Sin decir nada sobre si verdaderamente resulta procedente otro auditorio teniendo en cuenta el uso de los que ya hay, pretendo centrar mi comentario sobre el lugar elegido.
Sobrevive allí un bonito conjunto de eucaliptos, de los pocos que quedan de aquellos que antaño adornaban el cauce y la dársena. No soplan buenos vientos hoy para el eucalipto. Un acentuado nacionalismo llevado al mundo de lo vegetal, y ante el que no cabe invocar su condición de inmigrante tan socorrida en otros ambientes, lo ha postergado favoreciendo su sistemática exterminación. Cierto es que empobrece el suelo, pero allí no se trata de aprovecharlo.
No creo caer en la exageración al afirmar que se han integrado y forman parte del paisaje de la ribera, al que habían sido llamados, tanto en el cauce original como en la dársena, para contener la erosión provocada por mareas y barcos. Su acentuado carácter higroscópico los hace solícitos acompañantes junto al agua. Junto a choperas y pinares constituyen -constituían- grandes volúmenes de vegetación con llamativa y contundente presencia en nuestros campos.
En ese lugar han convivido sin problemas con diversas especies, entre otras una elegante colección de palmeras canarias, hoy tristemente diezmada por el implacable picudo rojo. Medios de sobra conoce hoy la técnica paisajística para acondicionar esa singular zona verde junto al río, conservando incluso el trazado ferroviario.
De no haber sido por las viviendas que absurdamente el planeamiento permitió construir junto a la avenida Juan Pablo II y que ninguna falta hacían, pudiera haber sido el inicio de un corredor vegetal que enlazara con la antigua dehesa de Tablada y la posible extensión verde que habría de conectarla con la del charco de la pava, permitiendo unir con vegetación dársena y nuevo cauce.
Hubiera sido un bonito cinturón ajardinado de descanso y sombra junto al recinto ferial.
Creo, no obstante, que su presencia resulta necesaria y lo que pongo en consideración es la ineludible obligación de integrar ese espacio vegetal con el nuevo proyecto. Sin que estos pacíficos árboles sean eliminados sin más, inmisericordemente, como lo fueron hermanos suyos hace algunos años para levantar nuevas instalaciones portuarias. No vaya ocurrir como con los elegantes estribos de granito del antiguo puente de Alfonso XIII, a los que intentamos junto con otros salvar de su destrucción.
No fue posible, pues al parecer en su estado original -totalmente inofensivo- eran incompatibles con la entrada de los grandes cruceros turísticos y se optó por dejarlos con el incalificable e inexplicable aspecto que ofrecen hoy día.
Si se salvan no habrá entonces motivo para las lágrimas de tristeza sino para las de alegría. Muchos lo agradecerán, empezando por la unidad de caballería de la Policía Nacional que en los calurosos días de feria encuentra allí -caballos y agentes- refrescante sombra y cobijo.
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