La tribuna de Viva Sevilla

A través del espejo

La discrepancia entre cómo nos vemos a nosotros mismos y la imagen que nos devuelven desde fuera es, como la tozudez de las estadísticas, una oportunidad para acercarnos a una visión más compleja.

Cuando les explicaba a mis estudiantes de Psicología la investigación sobre felicidad y bienestar, empezaba preguntándoles por el “nivel de calidad de vida” de Sevilla. Antes de presentarles el ranking de calidad de vida de las 52 capitales de provincia españolas, basado en una encuesta anual, les pedía que estimaran la posición de Sevilla en dicha lista. Los estudiantes que viven o pasan una parte de su tiempo en Sevilla suelen tener una imagen positiva de la ciudad: hace buen tiempo casi todo el año, tiene un núcleo urbano agradable con un tamaño adecuado –ni demasiado grande, ni demasiado pequeño-, predominan las formas de comunicación amistosas, y hay una tendencia generalizada a pasar tiempo en la calle y disfrutar de la alegría de vivir. De acuerdo con el discurso dominante, los estudiantes ubicaban a Sevilla entre las 10 ciudades con una mejor evaluación. Así que se sentían frustrados al presentarles los resultados de la encuesta en la que, año tras año, Sevilla se encontraba en el intervalo inferior, entre las 10 ciudades con peores puntuaciones.

Si utilizamos un sistema multidimensional de indicadores –que incluye desde las condiciones materiales de vida a la conservación del entorno ecológico, pasando por la vida cultural-, Sevilla se encuentra normalmente entre las ciudades con más días de sol al año y obtiene resultados comparativamente buenos en la experiencia subjetiva de vivir en la ciudad, el clima social, el nivel de integración comunitaria y la satisfacción con la vida. Sin embargo, obtiene pobres resultados en renta per capita, indicadores de ruido por tráfico urbano, número de bibliotecas por habitante y recursos culturales, entre otros.

 

Después de cierta frustración, a los estudiantes les servía para entender mejor la evaluación de la calidad de vida y comprender la complejidad de la interacción entre la experiencia subjetiva y las condiciones materiales de vida.


Hace  días nos encontramos una reacción parecida al presentar los resultados de una investigación reciente en la que, con Romina Cachia, comprobamos las dificultades de los extranjeros para incorporarse a la sociedad sevillana. También en este caso, las evidencias empíricas entran en contradicción con la auto-imagen previa. Los sevillanos se ven a sí mismos como una sociedad hospitalaria y acogedora.

En nuestro estudio analizamos las redes personales y el sentido de comunidad de los estudiantes Erasmus, los japoneses que vienen a estudiar flamenco, los familiares de trabajadores de la Comisión Europea y los músicos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Todos hablan de una ciudad cómoda y agradable, en la que la gente es alegre y generosa con el recién llegado. Sin embargo, a medida que pasan tiempo en Sevilla muchos de ellos encuentran dificultades para entrar en los círculos de amistad local.

Las sociedades muy cohesivas, o muy centradas en sus propias tradiciones, parecen dejar poco espacio para el desarrollo de nuevas relaciones. Los japoneses que vienen a estudiar flamenco entran en contacto con un núcleo representativo de la vida cultural local. El mundo del flamenco se basa en la reputación y requiere de un tiempo prolongado para entrar en las redes de contactos. Los japoneses conocen a muchos españoles, pero finalmente se encuentran en la periferia de la estructura de relaciones.


La discrepancia entre cómo nos vemos a nosotros mismos y la imagen que nos devuelven desde fuera es, como la tozudez de las estadísticas, una oportunidad para acercarnos a una visión más compleja. Sevilla es una ciudad agradable, que se deja vivir, al mismo tiempo que necesita mejorar en las condiciones materiales de vida de la población, en la diversidad de expresiones culturales y en la equidad en el acceso a los recursos. Es una ciudad alegre y hospitalaria. Pero también una comunidad volcada sobre sí misma que, como el Puerto de Indias que un día fue, necesita abrirse al exterior. Para empezar, un buen ejercicio sería mirar nuestra ciudad con los ojos del extranjero.

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