El sexo de los libros

Manuel Caballero: entre el Caos, el Orden y la Circunstancia.

“La verdad es una piedra preciosa aunque la lleve un sapo en la cabeza” (Shakespeare, 'As you like it').

  • MC: 'La noche de Mitra'

El nombre de Manuel Caballero trae a mi memoria recuerdos extraordinarios, vivencias imprescindibles, secretos luminosos.

“La verdad es una piedra preciosa aunque la lleve un sapo en la cabeza” (Shakespeare, As you like it).

Conozco al artista desde hace más de treinta años, casi cerca de los cuarenta. Juntos pasamos la etapa universitaria dentro de un círculo de intensidades infrecuentes. Fundamos en la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla (Colegio Universitario de Cádiz) un espacio único, terrible y esotérico: la Biblioteca del Castillo, donde todos los sueños aparecían envueltos en la nebulosa lúdica y lúbrica de lo imposible-posible. Allí escribimos, entre él y yo, un complejo texto poético dedicado al rey Carlos I de Inglaterra, cuando el monarca iba camino del cadalso tras la victoria de Cromwell. Largas conversaciones en las que Manolo, con su peculiar estilo, defendía la visión de la Historia según Freud por encima de la perspectiva de Marx, que por aquellos tiempos era un dogma indiscutible y una verdad axiomática. Corrían los primeros setenta. Nuestro primer curso académico superior fue el 72-73.

Caballero representaba el entusiasmo pretérito del paganismo en sus formas más exquisitas y seductoras. Ofrendas de jazmines en las aguas que cubrieron la Atlántida; evocaciones a cierta pitia gaditana que tuvo su consultorio en un rincón de la costa —paraje inverosímil— cuya ubicación no puedo revelar; alguna que otra llamada al Maligno, al Príncipe de las Tinieblas, en ese momento crucial cuando la llama de una vela adquiría la forma geométricamente exacta de una punta de lanza.

De semejantes concilios nos quedó esa particular predisposición diabólica que todavía hoy seguimos compartiendo. Él sin duda en mayor grado, ya que su entrega al Arte nos descubre un inequívoco paralelismo con el Adrian Leverkühn al que Thomas Mann hizo héroe de su Doktor Faustus: “el júbilo denso, espeso, de los infiernos, el trino de la vergüenza, suscitada por la eterna conjunción de lo increíble y de lo irresponsable”.

Al fin y al cabo, como afirma, no sin sorna, el Mefisto de Mann: “el infierno no es en realidad sino una continuación de la vida extravagante”.

Y siempre el recuerdo resplandeciente de Atlántida: "CRITIAS: Numerosos templos, consagrados a varias divinidades, muchos jardines, gimnasios para los hombres, hipódromos para los caballos, todo esto había sido construido en cada uno de los cercos o murallas que formaban como islas. Era de notar, sobre todo en el centro de la mayor de estas islas, un hipódromo de un estadio de largo, que en su longitud abrazaba toda la vuelta de la isla, y donde se presentaba vasto campo para la carrera de los caballos y para la lucha. A derecha e izquierda había cuarteles destinados a la mayor parte de la gente armada; las tropas, que inspiraban más confianza, se alojaban en la más pequeña de las murallas, que era también la más próxima  a la Acrópolis; y en fin, la tropa de más confianza vivía en la Acrópolis misma cerca de los reyes. Las dársenas para las naves estaban llenas de trirremes y de todos los aparatos que reclaman estas embarcaciones; y estaba todo en perfecto orden." (Platón, Critias).  

También organizamos, en aquellos años inefables, un grupo de teatro universitario independiente, y pusimos en escena un Festival Dadá sobre la base de unos principios dramáticos que iban mucho más allá del frenético y demoledor movimiento comandado, en su día, por Tristan Tzara; principios que se desenvolvían en la transgresora dinámica del happening. Entonces estas manifestaciones provocaban, todavía, un considerable escándalo en la anestesiada España del Caudillo.

Ocurrieron tantas cosas en aquel tiempo…

Y mientras tanto, Manuel Caballero iba poniendo los cimientos de lo que constituiría el edificio de su arte a través de la fuerza, la voluptuosidad, el aliento cósmico y el despliegue sinfónico de su estilo. Work in progress.

Tanto Dios como su Adversario nos perdonen.      
 

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