La cinta que nos ocupa, responsabilidad del francés Arnaud Desplechin y cuyo país la coproduce con EEUU, narra la historia de un indio blackfoot, que combatió en Europa, y que sufre de distintos trastornos físicos como secuelas postbélicas. Tales como vértigos, ceguera, alucinaciones visuales, pérdidas de audición, terribles migrañas y es ingresado en un hospital militar de Kansas. Pero como, en compañía de los otros pacientes, afectados de serios desórdenes mentales y cerebrales, su estado empeora, el hospital recurre a un psicoanalista y antropólogo francés, experto en culturas indias. Así comienza una terapia muy particular…
El realizador se sirve de una buena factura y un atractivo reparto para ofrecernos un producto más que convencional. De hecho, su puesta en escena le acerca más a un tratamiento norteamericano que el que le hubiera dado el cine galo. Y aunque tenga algunos destellos de humor, ingenio e interés es la típica cinta comercial que puede funcionar muy bien en taquilla, pero que en este Certamen es una más de relleno. Ni estética, ni de fondo o forma, ni mucho menos de lenguaje, cumple las mínimas expectativas que se esperan de la programación del Festival y de la Sección Oficial, concretamente.
Ni se hace una lectura política, ni social y apenas si se pasa de puntillas por la xenofobia, en aras de un tour de forcé interpretativo entre Mathiew Amalric , un tanto histriónico… y un competente Benicio del Toro. En aras de un análisis que se pretende ocurrente y es previsible hasta decir basta. Lleno de tópicos y de clichés, salvo por los vocablos del idioma y ciertos usos de los blackfoots. Y aún así… La puesta en escena y el tratamiento son planos, lineales y previsibles. Aburridos. Ni siquiera el encanto de Gina McKee, más que desaprovechada, salvan la función. Lástima.
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