Notas de un lector

Hojas de otoño y poesía

A pesar de su juventud, Francisco José Martínez Morán (Madrid, 1981) lleva años pergeñando una labor literaria plena de coherencia. Su devoción por la palabra y sus ilimitadas fronteras, le han llevado a editar dos poemarios, un libro de relatos, un curso de iniciación a la escritura y un buen número de trabajos críticos.

Ahora, ve la luz, “Obligación” (El Levitador. Polibea, 2013), una nueva entrega lírica que confirma la voz madurada del autor madrileño.

Afirma Juan Antonio González Iglesias en su prefacio, que es éste “un libro barroco en su formas y romántico en su hondura”. Y tras tal aseveración, se halla una profusa summa poética, plena de conocimiento y comunicación. Este personal y sugeridor imaginario, se divide en tres apartados sabiamente dispuestos, “Constante”, “Aquellos, sólo aquellos” y “Justicia”, cuya arquitectura no es fruto de la improvisación, sino el resultado de una larga y reflexiva tarea: “Aquí estoy para siempre…”, dice Francisco José al inicio del poemario.Y en efecto, su presencia se torna verdad rotunda y abarca la inmensidad del tiempo y del espacio, el laberinto íntimo de su identidad, el instinto más humano de su verbo. Su decir adopta tonos melancólicos, de sombría decepción, (“Aquí nace la ruina, en el preciso/ instante del escombro y la mirada)”; sin embargo, Amor, mayúsculo y constante, pugna por esculpir desde los adentros del yo poético una escenario de mirífica felicidad: “Ven a  mí mientras todo se hace olvido”.

Sabe Martínez Morán extraer de cada objeto, de cada sentimiento, de casa paisaje…, cuanta sugerencia pueda existir. Y esa virtud, es consecuencia de su exigente viaje interior, del que nace el carácter único de cada instante, que autonomiza y define con excelente verso: “He seguido escribiendo cada día,/ como quien rompe el mundo entre los dedos/ y derrama su pulpa sobre nieve”.

 

     Con “Habitarás la casa”, Reinaldo Jiménez (Almuñécar, Granada, 1969) obtuvo el premio “Provincia de León” 2012. Ahora, el Instituto Leonés de Cultura lo edita en su  prestigiosa colección. Su contraportada reza que el jurado galardonó el volumen por ser “intuición de un camino de aproximación al hombre en confluencia con la naturaleza …/… con una calidad formal precisa y con un tono emocional contenido”.

El vate granadino -que ya tiene en su haber otros cuatro poemarios, cada uno de ellos refrendado con otros tantos premios-, apuesta esta vez, por dotar a su cántico de una expresión vívida y turbadora,  apoyado en un lenguaje que fermenta una savia de enigmática complicidad. Porque cuanto despliega esta llama verbal, es misterio y es contemplación, es memoria y mañana, es vuelo y terrenal conciencia.

Dividido en cuatro apartados, “Modulaciones, “Contemplaciones”, “Percepciones” y “Habitarás la casa”, el volumen es un himno de vida y gratitud para quienes hacen posible la alegría. Y es, a su vez, una exacta sinfonía de remembranzas, donde crecen los interrogantes del futuro.Mas no hay nada como las verdaderas raíces que se enredan a la sangre, a la morada de lo familiar, porque “contra esa casa nada puede el rigor del tiempo”.

Poemario, en suma, que frutece al par de su lectura, que se alza frente al aroma del dolor y que dice mucho y bueno de un poeta con mayúsculas: “Aún sin fe encontrarás allí/ la paz que necesites. Notarás/ que vierte sobre ti el mundo su oración”.

 

Juan Ruiz de Torres -filólogo, ingeniero, ensayista, narrador, poeta…- mantiene intacto su apasionado rol literario. Ahora, bajo el título común de “Acogida” (Huerga y Fierro. Madrid, 2013), recoge doce docenas de sonetos, escritos a lo largo de seis décadas.

En su detallado prólogo, justifica su gusto por esta estrofa, además de guiar, aconsejar e instruir sobre una forma que nunca ha perdido su vigencia, y que, sin embargo, se ha encontrado a lo largo de la historia con múltiples partidarios y muy diversos detractores.

Mas lo que al cabo importa, es que Ruiz de Torres conoce y domina el soneto y que en esta propicia entrega da sobradas muestras de ello. -Los hay trisílabos, heptasílabos, eneasílabos…, con rima doble, cambiada, pareada…- . Confiesa el propio autor que esta forma se presta por “convicción, necesidad o cortesía” a la dedicatoria. Y son muchos de los aquí reunidos, los que llevan incluidos a un receptor-receptora determinados (Desde Francisco de Quevedo a Jorge Guillén).

La variedad de escenarios -el mar Egeo, el Teide, el lago Lemán, Segovia, Guadalajara…-, la diversidad de protagonistas -la amada, los hijos, los nietos…- y los distintos temas tratados -el amor, las frutas, los días de la semana, la luz, la sombra…-, convierten esta compilación en un gratísimo calidoscopio lírico.

 

     Con “La llave dorada”, (Rialp. Madrid, 2013), obtuvo Rocío Arana un accésit del premio Adonáis 2012.Esta sevillana del 77, profesora de Didáctica de la Literatura en la Universidad Internacional de La Rioja, suma con éste su cuarto poemario.

“Acuérdate, Rocío,/ de cómo sonreían las estrellas./ Recuerda cómo todo su poder/ se derramaba en un minuto oscuro,/ tristemente feliz, diciendo ´nunca´,/ pero de que manera tan hermosa”. Y desde ese instante sombrío, pero gozosamente doliente, va vertebrándose este cántico solidario con el ayer, con lo familiar y con lo amatorio.

Con un verso que fluye muy bien ritmado, el tiempo ido se torna cómplice y sobre su acordanza crece la magia de una infancia donde Merlín, los dragones los fantasmas…, poblaban los sueños de miedos y esperanzas. Esa veta onírica permanece a lo largo y ancho del conjunto y se equilibra con sabio tacto al son de una realidad, “radiante, verdadera y tan fugaz”, que  convierte la dicha en utópica perdurabilidad.

El amor, intenso, esquivo, penetrante, se ovilla también entre las cuatro esquinas de estos poemas, que abren con su feérica llave dorada el corazón lector: “Tu ráfaga de alquimia, vendaval/ colándose en lo oscuro gota a gota/ con cuánto frenesí, con inocencia,/ confervor delicado y avariento”.

 

“Las elegías de BadHofgastein” (Mirton. Timisoara. Rumanía, 2013), de EugenDorcescu, es una excelente oportunidad para conocer la poesía profunda y almada de este autor rumano (1942).

Con una obra que alcanza ya los diez poemarios, su recepción es España está creciendo, en buen medida, gracias al empeño del poeta y traductor Coriolano González Montáñez, que en 2010 ya vertiera al castellano “El camino hacia Tenerife”. Ahora, estas elegías, traducidas también con acierto y rigor por el propio González Montáñez, aproximan el decir de un autor de voz honda, cuya meditación sobre los grandes temas, el amor, la soledad, la muerte.., llega siempre salpicada de un manifiesto compromiso ético.

En su prefacio, afirma el traductor que estos versos se apoyan principalmente en “la cosmogonía de la infancia, en la formación como persona y como escritor”. Pero, sin duda, que en su discurso hay también una reflexión que abarca el total del ser humano, su posición y disposición actual en el mundo, y sobre todo, la aceptación del dolor por la pérdida de la madre: “El padre murió en una/ única fecha./ La madre muere/ cada día”.

Después del drama del adiós, del inevitable luto interior, Dorcescu pareciera dejar resquicios para el consuelo y la ilusión, y a través de un lenguaje límpido y espiritual, asoma su esperanza: “Esta es la clave de la felicidad:/ el saber/ recibir/ con la certeza y/ la inocencia de un recién nacido/ todo lo que se digna ofrecerte”.

 

 

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