Lo que queda del día

De Walter White a Antonio Maíllo

Afortunadamente no sólo abandonas esa sensación de mediocridad cuando marca tu equipo o tratas de adivinar el cruel destino de Walter White; todavía cabe encontrar a alguien con algo que decir y en tu propio lenguaje

La pregunta flota en el ambiente desde hace algunas semanas y se la hacen inquisitivamente millones de personas al mismo tiempo: “¿Qué ocurrirá con Walter White?”. El señor White es el protagonista de la serie Breaking bad, cuyo último y definitivo episodio se emite en la AMC americana dentro de una semana. Es, por supuesto, un personaje de ficción, aunque desde la distancia, la nuestra, parece recrear el eco posible de un español medio de dentro de ¿una década, quizás?, cuando quepa la posibilidad de tener que pagar por recibir asistencia sanitaria, por operarte, o por tratarte de un cáncer, o que te mueras y a tu mujer no le quede más que una mísera pensión.

Es lo que le ocurre a Walter White, derrotado por un modelo, por un sistema, al que responde convirtiéndose en un tipo malo, al margen de la ley, y, sobre todo, al margen de Hacienda. Puede que sea eso lo que hace comprensible la fascinación de tantas personas de todo el mundo por el señor White, o, al revés, que no existan en este momento otros referentes reales a los que prestar la debida atención -entre ellos está el Papa Francisco, aunque sospecho que muchos terminarán preguntándose en qué serie de intriga sale ese señor que dice las cosas tan claras, como si temieran la presencia de unos pies detrás de una cortina del Vaticano esperando su descuido o adivinaran unas gotas de arsénico en el mate de Su Santidad-.  

En España, por ejemplo, llevamos un par de días prestándole mucha atención al Rey, que por ser de familia real, no precisa de ficción. Lo suyo es puro reality, y así se empeñan en demostrarlo todos los medios, en especial los telediarios, donde parece que nos empujan a concluir que Don Juan Carlos debe abdicar ya en su hijo, aunque sin pronunciar el verbo prohibido, no se vaya a enfadar el monarca, que ya hemos visto que tiene muy mal pronto. Pero, a lo sumo, lo único que han conseguido, un poco entre todos, es que deje de dar pena; y en todo caso, la Reina.

En el fondo es bastante sintomático tener que recurrir a la ficción para evadirnos de tanta mediocridad, o al deporte, que ocupa ya más tiempo en la escaleta de un informativo que los temas de actualidad, lo que te permite ir de canal en canal esquivando promesas, vaticinios, malas noticias -para nosotros, no para ellos- y hasta a una ministra postulándose, con ansia kamikaze, para candidata del PP a la Junta -no será por los votos que le dejarán los pensionistas, presentes y futuros-: normal que acabemos cada sobremesa con las risas enlatadas de Dos hombres y medio.

Afortunadamente, no sólo abandonas esa sensación de mediocridad cuando marca tu equipo o tratas de adivinar qué cruel destino aguarda a Walter White tras los títulos de crédito de cada capítulo; todavía cabe la posibilidad de encontrar a personas que tienen algo que decir, en las que aprecias un discurso diferente, que incluso hablan en tu propio lenguaje, el que se palpa en la calle, en las conversaciones frecuentes con tu familia o tus amigos. Y, la verdad, no parece tan difícil.

Puede que algún día, desde el PP y desde el PSOE, acierten a contarnos en qué tipo de mundo paralelo han quedado atrapados en busca de las soluciones al desastre, mientras surgían voces valientes, ¿equivocadas o no?, pero valientes, dispuestas a contribuir frente al complejo de la herencia que siempre se han reprochado populares y socialistas.

Lo está haciendo Antonio Maíllo con Izquierda Unida, y aunque no me queda claro si una de las claves del nuevo líder comunista es que no parece de Izquierda Unida -me refiero al perfil, al tono, a la presencia, no a su ideología-, parece evidente que el proceso de renovación abierto en su organización responde a una doble necesidad: reconciliar al ciudadano con la política, desde una implicación activa, y, de la mano de su experiencia de gobierno desde la Junta, aportar iniciativas que sepan dar respuesta a los colectivos más perjudicados por la crisis.

Maíllo, que, como buen profesor de Latín, suele distinguir su discurso con alusiones a la auctoritas de IU, ha conseguido, de momento, lo mismo que Django con Monseiur Candy cuando se conocen en la película de Tarantino: con antelación, despertar nuestra curiosidad, y, ahora, que le prestemos toda nuestra atención. A partir de aquí no sé si pensar en términos de ficción o de realidad.

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