Es conocido en todo San Fernando por su carácter afable y, sobre todo, por sus gestas deportivas a una edad en la que el cuerpo ya no da para demasiadas alegrías. Antonio Espiau Castejón se ha convertido, por méritos propios, en una persona entrañable y con una educación exquisita. A paciencia no le gana nadie, pero ante la insistencia de las muchas personas que le paran a diario por la calle preguntándole si sigue corriendo ha querido anunciar, a través de las páginas de este medio, que hace ya varios meses que colgó las zapatillas.
Sus piernas han soportado 15 carreras de 100 kilómetros sin parar “sólo en el punto de avituallamiento para coger un poco de fruta y para adelante”, 56 maratones de 42 kilómetros, de las medias maratones ha perdido las cuentas y de los “paseíllos” de entre 10 y 15 kilómetros de las carreras populares le daría para escribir un libro.
La que más le ha marcado en su trayectoria deportiva ha sido la subida de 50 kilómetros al Veleta en Granada, una gesta que ha logrado en dos ocasiones en su vida. “Es una especie de caracol todo empinado en el que terminas a 3.400 metros de altitud”.
Pese a sus logros y a haber paseado el nombre de San Fernando por toda España, lo que quizás muy poca gente sepa es que Antonio Espiau es un corredor tardío, ya que su primera carrera le llegó a los 44 años. Y todo tiene una explicación y es que su otra gran pasión, tras descubrir el mundo del atletismo, eran los toros. “No quiere decir que yo iba para ser figura del toreo, sino que me lo tomaba como un hobby más y con un grupo de chavales pues intentábamos mantenernos en forma”.
Recuerda que su primera carrera fue en Cádiz para conmemorar que Andalucía había logrado la autonomía. No ganó, pero llegó casi de los primeros. A raíz de ahí, el brigada de Infantería de Marina, Malvido, le convenció para que se tomase en serio la competición atlética y ahí fue cuando “me eché a correr”.
Anécdotas de torero
Antonio profundiza un poco más en ese capítulo de su vida en el que el mundo taurino le apasionaba y cuenta algunas de sus vivencias tras un capote. “Una vez en Barbate acompañé a un amigo mío, Gonzalo que tiene un güichi ahí en La Pastora, que iba a torear un novillo y yo iba como componente de la cuadrilla en el mismo autobús. Una vez que empezó la corrida un torero que era de Barbate vio que salió una vaca y él dijo que no toreaba una vaca. Lo echaron de la plaza y yo no sé si acabó en la cárcel o no. Entonces yo, que en aquellas fechas estaba bien preparado, hablé con el padre de Paquirri y le dije que si me dejaba matar a la vaca y me dijo que no, que no me conocía. Se puso a torear un chavalillo de Puerto Real y no le daba ni un pase, entonces yo cogí un capote, salté a la plaza y me la lleve a los medios dándole unos mantazos, rematé y me fui para la barra para que me llevaran donde fuera. La gente empezó a gritar ¡el peinaíto! ¡el peinaíto! A renglón seguido vino el padre de Paquirri y me dio la espada para que la matara. Le corté las dos orejas”.
Hubo algunos festejos más en los que participó, sobre todo en la Feria de La Isla, pero pocos más porque por aquellos tiempos, igual que sucede ahora, para poder torear había que poner mucho dinero. Lo que hacía para matar el gusanillo era ir al campo con el grupo de amigos con el que siempre iba y allí darle algunos pases a las vacas.
Fue en el año 1979 cuando se empezó a tomar el atletismo muy en serio y tan sólo unos meses más tarde ya estaba corriendo un Campeonato de España en Ciudad Real, en el que acabó tercero. A partir de ahí, se enorgullece de haber podido competir en tantas y tantas carreras, aunque la mayor alegría se la llevó en el año 1985 cuando en Santander se proclamó campeón de España de los 100 kilómetros. “Me preparé bastante bien antes de ir allí e iba desde mi casa hasta la Barca de Vejer, sobre un recorrido de unos 80 kilómetros. Yo sabía que llegaba bien a la prueba e hice el recorrido en 8 horas y 37 minutos”.
Recuerda que cuando llegó al kilómetro 80 las piernas le pesaban, pero pensaba “en las criaturitas que a lo mejor están en el hospital y no pueden correr o esos padres de familia que lo pasan muy mal, no voy yo a poder con esto...”. Es ahí donde a la preparación física se le une el aspecto psicológico, algo clave en el mundo del atletismo y más en competiciones sobre distancias tan largas. En cuanto a su preparación, básicamente hacía un circuito largo que comprendía salir desde Falla, que es donde vive, tirar para Cádiz, pasar el Carranza, Puerto Real y de vuelta para San Fernando. Entre 30 y 40 kilómetros.
Siempre ha tenido la misma táctica para las carreras de larga distancia, porque pese a que la acumulación de kilómetros en las piernas pasan factura, siempre guardaba fuerzas para cambiar de marcha en los metros finales. “Todos los que me han visto correr saben que cuando entraba en el estadio llegaba con mucha fuerza y a la mayoría que estaban delante mía los he podido pasar”.
Espiau es un libro abierto y son muchos los chavales que se le acercan para pedirle consejos para determinadas pruebas, como es el caso de la Maratón de Sevilla. “A todos los chavales que vienen a preguntarme lo que primero que les digo es que si es la primera vez que la hacen. Si me dicen que sí, les recomiendo que nunca miren el reloj y que siempre se mida por las sensaciones que tenga. Si ve que va bien, pues que meta un poco de ritmo más, pero que nunca se coma el plato entero de comida y que deje al menos la mitad apartado para el final. El llegar es lo más importante”.
Santander, muy especial
De cada carrera siempre le queda algo especial dentro, pero no esconde que siente debilidad por la prueba de los 100 kilómetros de Santander, lugar donde siempre le han acogido a las mil maravillas y en el que él siempre ha dejado el pabellón de La Isla “muy alto”. Allí le han dado el Trofeo a los Valores Humanos, “para lo que hace falta mucho méritos”.
Y es que entres los ideales de Antonio Espiau el compañerismo es lo primero,y más en un deporte que requiere de tanto sacrificio como es el atletismo. “Siempre he sido muy sencillo y cuando alguien en carrera ha necesitado mi ayuda, se la he dado. De hecho recuerdo que corrí en Granada un maratón a los 15 días de venir de Santander. Cuando íbamos por Santa Fe me vino un chaval, que no se dio cuenta de que yo era un corredor veterano, y me dijo que pretendía hacer la carrera en tres horas. Le dije que se viniera a la par conmigo, pero cuando llegamos a La Zubía a falta de diez kilómetros le dije que iba apretar el ritmo porque quería entrar primero para coger un trofeo especial, le recomendé que siguiera al mismo ritmo y, en efecto, al rato entró el chaval y logró su objetivo. Me abrazó loco de contento”.
Son las vivencias del atleta isleño veterano más laureado por estos lares y que da para escribir un libro de las vivencias múltiples que ha tenido después de tantas horas y tantos kilómetros recorridos por todos los puntos de España. Genio y figura.
Un pañuelo en el cuello, su seña de identidad en cada competición
Cuando le entregaron en el 2009 un Trofeo Especial en la Gala del Deporte en el Teatro de Las Cortes avisó de que “estaba en lista de espera para pasar la ITV”. Algo que sucedió en junio de ese mismo año. Ya por aquella fecha empezó a echar números y a jugar con la edad. Quería llegar a los 80 años corriendo, pero le detectaron “una cosita” en la vejiga que sólo le sale a la gente que fuma y él no ha fumado en su vida. Paso un tratamiento muy duro, apenas tenía fuerzas para caminar pero quería volver a hacer una carrera, un “último homenaje”e hizo el recorrido del Carmona Páez, a ratos a corriendo, otros a pie e incluso realizando paradas. No fue la última porque correría uno más
Su seña de identidad siempre ha sido correr con un pañuelo en el cuello, hasta que en las dos últimas ediciones del Carmona Páez corrió sin él, en clara señal que de que los tiempos de competición y de lucha habían llegado a su fin y que corría por el mero hecho del disfrute personal, porque no todo en el atletismo es competición.
Otra de las grandes pasiones de Antonio Espiau es la música. Se había tomado un tiempo de descanso después de medio siglo volcado con la banda de la Cruz Roja, pero este año ha regresado. Por lo tanto, se puede decir que es uno de los fundadores de la banda con su “amigo” Paco, si bien éste último tuvo un intervalo de 15 años porque se casó y se fue a vivir a Barcelona. Recientemente le han dado un homenaje con un montaje con fotos suyas. “En esta ocasión mi mujer me engañó”, señala. Su lucha en estos momentos en el mundo de la música la tiene con su nieto Jorge, al que le gustaría que leyese partituras pero él se ha decantado por el tambor.
Reconoce que en el mundo de la música hay dos cosas que son importantes en su misma medida, como son mirar al director y también la partitura mientras que se está tocando. “Hay que estar con un ojo leyendo y con el otro atento a lo que te señala el director. Cuando alguien toca de memoria, el director siempre se da cuenta,te coge el fallo”.
Hablar con Espiau es hacerlo con una persona que destila sabiduría y por ello le ha querido mandar un mensaje a la juventud de hoy en día. “Yo lo único que les digo es que lo que vayan a hacer lo hagan de corazón, y que tengan claro que nada es fácil. Todo es trabajo y la cabeza es la que te lleva hasta donde tú quieres”
Entre su anecdotario se encuentra una muy curioso y es la rivalidad que en carrera mantenía con una persona que en su momento fue director del Hospital de San Carlos, Ernesto Carral Olandri. “Éramos enemigos a muerte cuando competíamos”, y siempre le echaba en cara que al final siempre le sacaba en la línea de meta entre 100 y 200 metros. Fuera de la carrera se sentían una gran admiración el uno por el otro y hoy día siguen manteniendo una magnífica amistad.
Antonio Espiau Castejón está casado con Isabel González, Isabel ‘la de Cultura’, que recientemente también fue protagonista de estas páginas relatando los avatares que pasó cuando fue funcionaria municipal.
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