El sexo de los libros

Europa hacia la dictadura (I)

Un principio básico de la ingeniería social consiste en la sustitución ideológica de la capacidad crítica de las personas por una fe absoluta en la consigna internalizada (...)

Nota preliminar  
El 30 de julio de 2004 publiqué estos artículos (I y II) en Jerez Información. En este mismo medio en el que hoy vuelvo a publicarlos. No pretendo ser profeta. Lo que dije  entonces lo venían diciendo algunos analistas antes y mejor que yo. Y eso que entonces podíamos decir que  estábamos más o menos bien. Pero desde bastante tiempo atrás ya habían surgido, tanto en el mundo como en el marco de la Unión Europea, ciertos indicios de signo temible. Lamento sinceramente no haberme equivocado.             

Esquematizando, la ingeniería social tiene como aspiración prioritaria el control, la modificación de comportamientos o relaciones e incluso la neutralización de los miembros pertenecientes a todo tipo de comunidades humanas: desde las más avanzadas y económicamente fuertes hasta las que aún viven en el subdesarrollo y la pobreza (que no son pocas). La ingeniería social ha existido desde siempre y es susceptible de ser usada positiva o negativamente, según los fines específicos perseguidos. La legislación, el  ordenamiento jurídico y territorial, las políticas tributarias o las directrices de la moda son hechos de ingeniería social, como también lo son la propagación del pensamiento único (que no es un invento moderno), la imposición de determinadas pautas conductuales, las directrices de la moda, el fomento de hábitos alimentarios o la promoción del hiperconsumo.

Sin embargo, la expresión ingeniería social se ha ido cargando de numerosas connotaciones peyorativas debido a la utilización, históricamente reiterada, por parte del poder político y las oligarquías financieras de estas estrategias dirigidas hacia la  manipulación, sobreexplotación, violación de derechos, reacondicionamiento del autoritarismo sistemático y el intervencionismo dislocado con vistas al dominio integral de estructuras colectivas. Es evidente que, en este campo de actuación, los medios masivos de comunicación (imperios mediáticos) juegan un papel de la mayor importancia. Pioneros en el estudio más eminentemente técnico-filosófico de estos procedimientos de consolidación del hegemonismo grupal fueron Popper, Adorno y Deleuze. Todos, posiblemente, agentes dobles.

Un principio básico de la ingeniería social consiste en la sustitución ideológica de la capacidad crítica de las personas por una fe absoluta en la consigna internalizada, de donde se derivan consecuencias tales como la uniformización de mentalidades, la desmovilización, el indiferentismo, la alienación intensiva y un largo etcétera sabido de sobra.

La incesante producción y rígida estabilización de múltiples mecanismos de bloqueo objetivo y subjetivo han ido afianzando una extraordinaria variedad de métodos y resortes inmediatos. Uno de los recursos más rentables, en este ámbito, es la inducción de un desequilibrio generalizado en actitudes tanto individuales como de conjuntos. Los sujetos afectados son constreñidos a la asimilación, en términos de parámetros de normalidad, de un código de hábitos de sumisión autorrepresiva: miedo, ansiedad, alarma, parálisis, un constante estado de inquietud e inseguridad, el sentirse invariablemente intimidado y, en consecuencia, la renuncia a la propia autonomía, así como la aceptación (proyectada en la praxis cotidiana) de un concepto aberrante y teratológico de libertad: es decir, la involución de ciudadano a súbdito.

El catálogo temático es igualmente extenso y abarca desde la esfera de lo privado hasta los inaccesibles círculos rectores de la macroeconomía; desde —pongamos por caso— la criminalización del tabaco hasta los conflictos bélicos provocados en el seno del proceso de mundialización, pasando por el caos ético, la inmoderada e injusta presión fiscal, la amenaza del desempleo, los recortes sociales de toda índole, la misteriosa plaga VIH, los genocidios programados (África, Asia, Subcontinente Americano) y nuevamente otro larguísimo etcétera.

Y la dictadura europea. Pero ¿qué clase de dictadura? En sincronía actual, los dispositivos de poder totalitario revisten un carácter primordialmente tecnológico en su organización y puesta en funcionamiento. Todos estos materiales teórico-empíricos han conformado una ciencia social del sometimiento progresivo de las masas. La extrema sutileza del artificio se acrecienta sobre las bases de un dinamismo crónico de mutación perfectamente ajustado a las transformaciones de la realidad, cuya notable potencia se revela indiscutible.

Las recientes elecciones (2004) al tan inútil como costosísimo parlamento europeo constituyen un hecho elocuente. Si partimos del abrumador índice de abstención que ofrecieron dichos comicios, podríamos preguntarnos: ¿a qué porcentaje de población representan los eurodiputados elegidos? ¿Es siquiera medianamente legítimo ese parlamento teniendo en cuenta el grado de delegación y competencia que legalmente le corresponde? Lo cierto es que este insoslayable déficit de representatividad no supone para nuestra clase política ningún problema. Una clase política que sólo se preocupa de sus cuantiosos ingresos e incontables prerrogativas. Las funciones concretas y efectivas de los favoritos que ocupan escaños en la Eurocámara están aún  por descubrir. El parlamento es una bufonada, sin más matizaciones. Todo el poder en la UE es acaparado por la Comisión Europea, organismo antidemocrático donde los haya.  

Con posterioridad a este fiasco, ¿se llegó a plantear un debate serio al respecto? Ni a los políticos les interesaba, ni tampoco a los ciudadanos, cómodamente instalados en su, por ahora, bienaventurada apatía, que no es sino el contrapeso del pánico y la dejación de sus derechos como administrados; porque, a estas alturas, también es preciso reconocer que los ciudadanos tienen una cuota fundamental de responsabilidad en lo que se refiere a la situación generada.


        
 

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