Sonidos…Aromas…Nostalgia…Sentimientos…Todo un compendio de momentos y sensaciones vividas se agolpan en mi mente, cuando presiento que se acerca ese momento tan deseado y anhelado desde el fondo de mí ser. Cierro los ojos…
Y un rachear sufrido y penitente de alpargatas, junto a la voz quebrada de un capataz se vuelve en melodía siempre eterna bajo el susurrante crujir de esas trabajaderas que atentas esperan el rugir de un martillo que sirve para elevarlos al cielo.
Azahar imposible sevillano, que junto a ríos serpenteantes de incienso invaden nuestras calles guiando su fragancia hacia un imposible olvido.
Hileras de nazarenos, que con cruces y con su luz…arrastran promesas con cadencia penitente hasta el último rincón de ésta bendita tierra.
Saetas…cantadas desde balcones, que arrancan lágrimas de emoción contenidas cuándo más esplendoroso resulta el silencio del corazón Sevillano…cuándo indefinido es el tiempo marcado por un solo de Julio Vera…o cuándo un “costero elegante” se entremezcla con el bullicio alegre o solemne de un palio al mecerse…
Tuve la suerte de venir al mundo cuando aún parecía estar bien visto continuar con las tradiciones y costumbres de mi tierra, y sin que esto fuera motivo de mofa o burla ante esa parte de la sociedad que parecía encaminarse, poco a poco, desde lo rancio hasta un paso más allá de lo progre.
Nací…en unos momentos en los que a todo creyente enorgullecía pasar a formar parte de una Hermandad. Tiempos, en los que la herencia sentimental de una familia pasaba de padres a hijos revestida de túnica o costal, o tiempos, en los que pandillas de jóvenes comenzaban a salir, por primera vez juntos, en torno a esas salidas procesionales de su entorno cuando llegaba la Semana Santa.
Añoro… mis primeras salidas procesionales, sin apenas levantar dos palmos del suelo, en los que portaba una pequeña vara de metal rematada con el escudo de mi Hermandad. Allí estaba yo. Luchando contra el cansancio y la fatiga que producía a un ser tan frágil y pequeño las horas y horas de largo recorrido hasta culminar mi estación de penitencia, bajo la siempre atenta mirada de mi tío, Luís.
Allí estaba yo… guardando mi compostura, devoción y respeto, como todos aquellos hermanos de pobladas canas, que bajos sus antifaces tenían la suerte de conformar ese último tramo que precedía a su paso. Esos…que tenían la suerte infinita de pasar a formar parte de su escolta.
Años más tarde…esa varita de metal, que me acompañó durante varios años, menguó e impidió que pudiera seguir tan cerca de Él, como me hubiese gustado.
De un plumazo… fui enviado a otro lugar del cortejo donde la música también suena con fuerza, aunque de manera distinta, y donde la soledad más absoluta del Nazareno se reconforta al saber que la cruz que le precede… sirve para anunciar a la gente que pronto tendrán la suerte de verlo de cerca.
Allí… y miren que paradoja, es cuando te conviertes en el primero tras ser el último que has llegado. Y es allí, cuando comienza tu carrera hacia atrás deseando volver pronto a estar junto a su imagen.
Es el momento… en el que te tienes que planificar tu vida como cristiano. El momento… para ir poco a poco de nuevo en su busca con las manos llenas de buenas acciones que ofrecerle.
Debes pasar, tramo a tramo, por las dificultades que la vida te presenta, aunque a veces… la vida marche más deprisa para ti que para el discurrir de esas listas que recogen los números de hermanos por su antigüedad.
Debes prepararte para cuando llegue ese momento en el que tu cirio al fin cambie de color, permitiendo que vuelvas a estar más cerca de Él. Y ese fue mi planteamiento.
Poco a poco… dentro del seno de mi Hermandad, fui pasando del primer tramo al segundo. Del segundo al tercero. Del tercero al cuarto. Senatus, Banderas, Guiones…
Pasé…de la niñez a la adolescencia, y de la adolescencia a mi juventud. ¡Y tan diversas fueron mis circunstancias…! como las propias que le tocaron atravesar a la cofradía.
Ahora…todavía…Mucho por sembrar y por recoger antes de merecer la ocasión de regresar hasta ese último tramo de elegidos, preludio de quienes te acompañaran por toda una eternidad.
Mientras tanto… permaneceré inculcando y transmitiendo a mis descendientes lo que antes supieron inculcar en mí, mis mayores. Son otros tiempos, tal vez…pero mi fe en Ti, es imperturbable.”
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