La tribuna de Viva Sevilla

El ocaso de la industria sevillana

Sólo se saldrá de esta agonía y se podrá hablarse de recuperación cuando los sectores interesados en la industria, empresarios, sindicatos, universidad, centros de innovación, etc., trabajen coordinadamente y sean capaces de demostrar que hay un lugar para la industria en el futuro de Sevilla.

En las últimas semanas se ha agudizado la destrucción del tejido industrial sevillano. Los cierres de Danone y Roca, la difícil situación por la que atraviesan Alestis, Cargill, La Cartuja, Santa Bárbara y otras empresas no son sino las últimas manifestaciones de una decadencia que viene de lejos, de muy lejos.
Ha habido tres grandes momentos en los últimos cien años en los que el deterioro del tejido industrial  ha sido más evidente. Entre los años treinta y sesenta, Sevilla perdió la mayor parte de aquellos pequeños y medianos establecimientos que se concentraban en distintos barrios de la ciudad en ramas tan diversas como la fundición, la metalurgia, la cerámica, la madera, el corcho, la imprenta, la industria agroalimentaria, etc., y que empleaban a más del 50 por ciento de la población activa. Pongamos como ejemplo la desaparición del rosario de fundiciones y talleres metalúrgicos que se sucedían en la margen izquierda del río entre el barrio de la Carretería y la torre de los Perdigones.
La segunda oleada de cierres, downsizing,  expedientes de crisis se produjo desde finales de los sesenta y en las dos décadas siguientes dentro de la oleada de "reconversiones industriales" de la época. En aquella ocasión, fueron especiales víctimas las industrias nacidas con el patrocinio franquista con un objetivo más militar que económico. Lejanos los años de la guerra y de la autarquía, son los años del cierre de SACA, de Hispano Aviación, Maestranza, Pirotecnia, y del traslado y reconversión de la  Fábrica de Artillería, del declive de Hytasa, Astilleros, etc.
La tercera oleada sobrevino en los años noventa y desemboca en la crisis actual. En estos años han cerrado fábricas tan emblemáticas como las de Gillette, Tabacos, Astilleros, Induyco y las mencionadas más arriba. En 2012 la industria en la provincia de Sevilla representaba aproximadamente el 15 por ciento del PIB y de la población activa.
Entre las causas que han motivado el persistente declive industrial sevillano las hay exógenas y endógenas. Podemos incluir entre las exógenas aquellas que tienen que ver con la división del trabajo a escala nacional. En los años cincuenta y sesenta, Sevilla, Andalucía, no podía, no debía jugar, salvo para enclaves de "retaguardia", un papel significativo en el contexto industrial español. Repásense el reparto de inversiones del Instituto Nacional de Industria en todo el Estado para corroborar esta opinión. Más recientemente, la crisis industrial se puede atribuir a las privatizaciones  de empresas públicas desde los años ochenta, a la entrada en el   Mercado Común, a la concentración de industrias en clusters  cercanos a grandes mercados, donde se abaratan costes de transporte y de transacción, a la deslocalización de la producción  hacia lugares del mundo donde los costes laborales son menores, etc. Puede añadirse también el hecho de que han menguado o desaparecido las ayudas ofrecidas por los gobiernos central y autonómicos por instalarse en la región.
Las razones endógenas han pesado, sin embargo, tanto o más que las mencionadas. Sencillamente, en Sevilla no ha habido un sector industrial potente porque el empresariado local, siempre atento a los beneficios a corto plazo, ha encontrado inversiones no solo más  remunerativos que la industria, sino incompatibles con ella. Hasta los años sesenta del siglo XX, esa actividad era una agricultura extensiva basada en la explotación de mano de obra barata;  la incompatibilidad derivaba de, primero, de la competencia que la industria podía hacer en el mercado de trabajo con el consiguiente incremento de los costes laborales agrarios y, segundo pero no menos importante, de que la industria podía constituir una amenaza a la hegemonía política de la clase terrateniente. Después de los sesenta, la estructura de las recompensas en Sevilla ha cambiado;  el primer puesto en el ranking  ya no es la agricultura, pero son otros sectores como la construcción y el sector servicios de baja productividad  los que se son ahora interlocutores privilegiados del poder y se siguen aprovechando de mano de obra barata por tasas de desempleo que hoy superan el 35 por ciento.
Sólo se saldrá de esta agonía y se podrá hablarse de recuperación cuando los sectores interesados en la industria, empresarios, sindicatos, universidad, centros de innovación, etc., trabajen coordinadamente y sean capaces de demostrar que hay un lugar para la industria en el futuro de Sevilla, y que los intereses colectivos -empleo de calidad,  bajos costes unitarios, incremento de la demanda agregada, políticas públicas, investigación, etc.,- están íntimamente ligados a los suyos.

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