En mitad de los días navideños que no ha mucho dejamos atrás, llegó a mis manos un libro propicio para la celebración de tan entrañables fechas: “Más allá del instante” (Ediciones QVE, 2012), de Francisco Jiménez Carretero, albaceteño de Barrax (n.1948) y ganador de múltiples premios poéticos. “Cánticos de Navidad”, es el subtítulo del volumen, que recoge los poemas que, a lo largo de más de veinte años, han ido apareciendo como tarjetas de Navidad.
Jiménez Carretero es poeta que gusta del juego de las formas -soneto, décima, romance, haiku…- y ello da a su poemario variedad y amenidad, lo que deviene positivo cuando el tema central, como en este caso, le es impuesto por el motivo religioso que festeja: “Nace Jesús./ Nieva en algún lugar,/ blanca pureza”, escribe. Y esa “blanca pureza” es la que lógicamente signa la escritura del vate manchego, que conoce bien el misterio al que se enfrenta y, por supuesto, cómo tratarlo: “Bendito seas Jesús porque nos llegas/ envuelto con ropajes de silencio./ Bendito porque llamas a mi puerta/ pidiéndome aposento”.
Cabe destacar que los versos de Jiménez Carretero vienen bien arropados. Francisco Mena Cantero los precede con un prólogo tan generoso en extensión como en afectos, y Javier Lorenzo Candel los epiloga. Mena no ha vacilado a la hora de profundizar en el hacer de Jiménez Carretero y ha destacado, con espíritu minucioso, símbolos y elementos en los que el poeta insiste, y a los que extrae visiones y reflexiones de notable calado.
Las originalidad de las ilustraciones de Javier y David Jiménez Iniesta contribuyen a hacer más grata la edición, por otra parte cuidada y tersa.
También de Albacete, pero mucho más joven (n.1980), es Rubén Martín Díaz, autor de “El Mirador de piedra”, distinguido con el premio Hermanos Argensola, y editado por Visor. Sus dos poemarios anteriores fueron “Contemplaciones” y “El minuto interior”, Premio Adonáis (Rialp, 2010) y premio “Ojo Crítico”, de RNE.
Ese Mirador, sito en la provincia de Jaén, y en el que hombre y Naturaleza parecen integrarse misteriosamente, “es símbolo imperecedero de sus primeras contemplaciones y su regreso a él marca el inicio de una nueva etapa” en su hacer y decir”.
Contemplación, contemplaciones, … la mirada del poeta es sustantiva y sustentadora de su despliegue lírico. En el poema que cierra el libro, “Saber mirar”, puntualiza que “mirar no es sólo un hecho cotidiano”, y que “la virtud del ojo cuando estás en la mirada”, es cómo “capta el detalle y guarda su armonía”. Bastaría considerar los títulos de las tres partes en que los poemas se agrupan, para deducir una actitud, una postura decidida: “El Mirador y sus alrededores”, “Otros paisajes respirados” y “La transparencia del aire”. Pero si así hiciera, el lector se perdería el disfrute de una poesía serena y reflexiva, caladora también, y muy bien dicha.
“Canta el viento de ayer/ su melodía nueva”, leemos. Y esos heptasílabos expresan, en su brevedad y su precisión, el aliento de todo el poemario, en cuanto la fusión de presente y pasado lo signa y lo define. Confieso que utilizo tal verbo -definir- con cautela, porque este montón de versos entrañados no merece ser resumido de tan tajante modo. Pero la poesía tiene estas cosas: estas cualidades, estos atributos. Decir mucho en lo poco, sin caer en la sentenciosidad. El verso de Pere Gimferrer con el que Martín Díaz encabeza su libro, podría valernos como ejemplo: “Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente”. Martín Díaz, además de contemplarlas, las ha escuchado. Y aquí reproduce cuanto ellas le revelaron.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es