Ser un acérrimo fan del western no es condición sine qua non para disfrutar de las casi tres horas de Django desdencadenado. Sin embargo, ser adepto a Quentin Tarantino sí se antoja casi imprescindible.
Quería homenajear a su adorados spaghetti western y lo ha hecho a lo grande. Pero además de rendir pleitesía a los Leone, Bozzetto, Corbucci, Barboni y cía, cuyas influencias encontramos en todos y cada uno de sus anteriores trabajos, con Django desencadenado Tarantino se da, sobre todo, un homenaje a sí mismo con una cinta excesiva en casi todos los sentidos.
Para esta travesía que de momento le ha valido cinco nominaciones al Oscar, el director de Kill Bill y Malditos Bastardos toma prestado el título de una violenta cinta de Sergio Corbucci a la que "desencadena" para estirar y malear a su antojo. El Django de Tarantino es Jamie Foxx, un esclavo en cuyo camino se cruza el doctor King Schultz (Christoph Waltz), un cazarecompensas de origen alemán que libera al protagonista bajo la promesa de que le conduzca hasta sus próximas presas.
Pero una vez libre, Django tiene un objetivo: recuperar a su gran amor, Broomhilda (Kerry Washington). Para conseguirlo deberá rescatarla de las garras de Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), un esclavista despiadado -y orgulloso de ello- que es el dueño de 'Candyland', una de las plantaciones de algodón más extensas de todo Mississippi.
Entrenado por su mentor germano en el arte de la caza de forajidos, el ahora letal Django y el no menos peligroso Schultz emprenden un viaje hasta dar con la chica y liberarla.
BACANAL A RITMO DE RAP Y ENNIO MORRICONE
Servida en bandeja de plata la aventura por el Lejano Oeste, Tarantino se preocupa entonces algo menos de la historia y se centra en dar rienda suelta a todas sus filias. Django está desencadenado y Quentin desatado. Así que... ¡Qué empiece la fiesta!
Un incansable desfile de personajes a cual más pintoresco, diálogos mordaces y gamberros marca de la casa -el pasaje del primigenio KKK es antológico- y escenas de acción tan inverosímiles como desternillantes en las que el director se gusta y el presupuesto en ketchup se dispara. Todo ello aderezado por una banda sonora que transita sin pudor entre Morricone y el rap.
Un constante bombardeo de estímulos visuales, y también musicales, que va desfilando ante el -entretenido, hastiado o escandalizado- ojo del espectador durante 165 minutos. De esta excesiva orgía de sangre, tiros y fuegos de artificio subyace además un mensaje sobre la crueldad humana, la voluntad, la justicia y, mal que le pese a Spike Lee, la esclavitud. Un discurso nada desdeñable que en esta ocasión Tarantino evidencia y acentúa más que en otras ocasiones.
Los vehículos de los que se sirve el director son un cumplidor Jamie Foxx, un brillante y nominado Christoph Waltz -el alemán parece hecho a medida de Tarantino- y un estridente y genial DiCaprio, obviado un año más por la Academia. Pero el que está verdaderamente magistral es Samuel L. Jackson, que lo borda dando vida al mayordomo de Candyland, uno de los personajes más geniales que ha parido el universo tarantiniano.
En definitiva, ¿Es Django desencadenado muy larga? Sí. ¿Es muy violenta? Sí. ¿Es un tanto autocomplaciente? También. Pero si algo es de veras la nueva criatura de Tarantino es condenadamente divertida.
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