Director del Real Alcázar durante años, gaditano predilecto y sevillano voluntario, artista del lápiz previo al arte de toda obra arquitectónica,maltratado durante su etapa al frente del Monumento-Patrimonio, por algún compañero amigo de paredes lisas, por ser fiel al original en sus restauraciones, o por la construcción de lo que otros llaman “pastiche”, al huir de la ramplonería de la exclusividad de las líneas rectas; castigado por el régimen -honor compartido: el régimen es generoso inventando enemigos-, Rafael Manzano, después de recibir el máximo galardón de su ciudad natal y el reconocimiento global de la clase arquitectónica mundial, encuentra hoy el calor de los numerosos seguidores de su obra artística, en el reconocimiento a su prestigio.
La arquitectura es un arte; la mal llamada “belleza lineal” de cubos de uniforme colorido, ya sean de obra, metacrilato, madera o acero, simple ramplonería, prueba de ausencia de imaginación creativa. Las diferencias estéticas y estratégicas entre colegas pueden ser normales. Podría ser normal. No tan normal es que quienes limitan su “creatividad” a líneas rectas y paredes lisas, reciban el favor de la Administración, mientras se condena al ostracismo a creadores de formas. Problema provinciano tal vez. O, mejor, problema de una administración ciega a cuanto no entra en el estrecho ámbito de sus favoritos, elegidos en función de su entrega a las directrices partidistas de quienes, por su responsabilidad de gobierno, deberían ser neutrales, pero no neutros.
Catetez, culpable del halago a la falsa“dinámica de la sencillez” -en realidad incapacidad para crear- y la condena a la capacidad creativa, tachada de antigua en imposible justificación salvadora; como si el sólo epíteto fuera capaz de anular la originalidad de las formas. Rafael Manzano se encontró pronto la oposición de unos cuantos colegas y la condena de una Administración más dispuesta a castigar actitudes menos sumisas que a ofrecer una gestión eficaz. Unos y otros han sido desautorizados por tres entidades de prestigio universal, y hoy el Arquitecto recibe la ratificación a su dedicación a la creatividad.
Porque el mejor premio es otorgarlo. Y esta misma tarde hace entrega en Madrid del que lleva su nombre, instaurado por La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, The Richard Driehaus Charitable Leal Trust y la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame, en Indiana. El Premio Internacional de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos, al llevar el nombre del Arquitecto andaluz, es un reconocimiento y un respaldo a su labor como restaurador, respetuosa con la naturaleza de cada edificio por él restaurado. Un galardón al que más de uno debería aspirar, lamentablemente ocupados en añadir su impronta personal a lo construido por otros, con un concepto propio que Rafael Manzano sí sabe respetar, sin sentirse minimizado, sino todo lo contrario, pues como ha sabido entender plenamente, nada hay más creativo que una restauración respetuosa, capaz de devolver su personalidad al edificio restaurado.
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