Patio de monipodio

Comida a la basura

La noticia, escalofriante, no es fría; es para temblar, para calentar un ambiente ya templado por la frialdad calculada del Gobierno y quienes ejecutan en su nombre: aprovechar la comida que podría alimentar a 43.000 familias durante un año, está prohibido...

La noticia, escalofriante, no es fría; es para temblar, para calentar un ambiente ya templado por la frialdad calculada del Gobierno y quienes ejecutan en su nombre: aprovechar la comida que podría alimentar a 43.000 familias durante un año, está prohibido. Y sólo es el 5% del total tirado a la basura. Ese 5% es lo desechado por los hiper y supermercados, cuando su fecha de caducidad está cerca, pero aún no ha caducado. El resto, en orden ascendente, procede de restaurantes, industria alimentaria y -lo que es peor- de los propios consumidores. En total, pues, desaprovechado, tirado lo que podría dar de comer a 860.000 familias durante un año. Porque le sale de los… decretos al Gobierno, vía Sanidad. No está mal aumentar las ventas de los fabricantes. No permitir el aprovechamiento, sí.

Se sabe que la fecha de caducidad es un aviso, que todavía le quedan no menos de una semana de consumo sin riesgo. Pero el rigor fácil permite presumir de responsable si no obliga a quien lo ejerce.

El remedio-consecuencia, muchísimo peor que la enfermedad, es que mucha gente busque esa comida en los contenedores, cuando ya se ha mezclado con otros residuos que pueden haberla contaminado. Escalofriante, sin extrañeza. Comprensible viniendo de quien viene. La fecha de caducidad no es tan estricta como el celo aplicado a veces por los inspectores y funcionarios en general. Algunas veces, qué pena. Ese celo, amparado en la supuesta “obediencia debida”, que hace a un honrado padre de familia dejar vacía la cuenta de otro honrado padre de familia y llevarse el dinero de la casa, de la luz… y del supermercado. La diferencia es que este segundo honrado padre de familia no mete la mano en la cuenta de nadie; la meten en la suya por una pequeña deuda por aparcamiento con el Ayuntamiento; o con la Seguridad Social por un recibo atrasado. O se retrasa la jubilación de una persona y se le priva del único ingreso posible, por el más insignificante trámite administrativo. El rigor excesivo-gratuito ataca, siempre, al más débil.

Pero los funcionarios encargados de ejecutar estos actos, pobrecitos, se limitan a “cumplir con su trabajo”. Trabajo ingrato, realizado con la mayor pulcritud y agilidad. Plausible si se dirigiera en dirección contraria; por ejemplo, mostrando esa misma eficacia cuando en vez de cobrar, se trata de pagar. Ignoran, pobrecitos, el derecho a rechazar órdenes contra la moral; ignoran el derecho a la resistencia contra órdenes abusivas. Quizá asumieron en exceso el hábito que les induce a considerar delincuente, o poco menos, a todo ciudadano en situación presuntamente irregular, sin considerar la irregularidad permanente en que se encuentra la Administración; y, con su ciega obediencia “debida”, ellos mismos. Cuando luego se ven atacados por esa misma Administración de la que se hacen serviles dependientes y se proclaman “servidores de la ciudadanía” ¿esperan que se les crea y se les defienda? Quienes se consideren vejados, quienes vean exageración en estas líneas, deberían leer La indagación de Peter Weiss. Con más motivo ahora, que se está cumpliendo el sueño de Hitler.

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