De la versatilidad de Jesús Munárriz -editor, traductor, letrista, poeta…-, ya he dado cuenta en éste y otros espacios, al igual que de su amor y devoción por la palabra. Junto a su esposa, Maite Merodio, codirige hace años la colección de poesía infantil y juvenil, “Ajonjolí”, que alcanza ahora el número 69 con un libro del propio Munárriz, “Dibujos animados”.
En este género, el autor donostiarra había publicado con anterioridad, “Disparatario” y “Con pies pero sin cabeza”, en los cuales ya dio muestras de su diverso repertorio rítmico y estrófico.
El volumen que me ocupa, viene signado por un particular proceso de creación, pues primero fueron los dibujos y, más tarde, los textos que ahora los acompañan. Es habitual que sea el ilustrador quien da vida con su arte a los distintos escritos. Mas esta vez, se ha invertido el orden lógico, y el lector tiene ante sí una bella galería de dibujos de muy distintos autores y épocas, cada uno de los cuales cuenta con un poema propicio y sugeridor. “La escritura de algunos resultó sencilla, complicada la de otros. Hay no pocas imágenes que se resistieron (…) y que han tenido que quedar fuera del libro”, afirma Munárriz en su epílogo.
La amplia temática del conjunto convierte la lectura en un atractivo caleidoscopio, por el que asoman muy distintos protagonistas y escenarios.
Destaca la serie inicial dedicada al circo, en la que se alinean los trapecistas, el forzudo, los leones y los elefantes, la domadora y hasta una inteligente caballista, quien “En el centro de la pista/ trabajando mano a mano/ con su caballo ruano,/ de doma y equitación/ hace una demostración”.
El sol y la luna se transforman en “El Luno y la Sola”, gracias al género invertido con el que los trata la lengua alemana. Hay también personajes con deseos de “ser buzo y poder bajar/ a lo profundo del mar/ y allí abajo pasearme/ respirando y sin mojarme”; o también “ser camellero y volar/ como la bruja en su escoba,/ instalado en la joroba/ de un camello leonado”.
No faltan los homenajes a “La torre de Pisa”, a “La mesa del mago” o al “Gigante” de otros tiempos: “Y lo que resultaba más molesto!/ No se había inventado el baloncesto”.
Animales tan propios de la literatura infantil como el burro (“me visto como la gente/ con un toque personal,/ soy bastante inteligente,/ presumo de intelectual”), u otros más exóticos como el gibón, la sabandija o el “pez-perro, que anda a gatas,/ ladra, muerde y come pan”, van completando este amable muestrario de poesía bien hecha y bien dicha. Pues es éste, al cabo, un sabio diálogo lírico con las imágenes del ayer y del hoy, que de nuevo dan fe de que la poesía para niños -y no tan niños- no debe ser sino un ejercicio de responsabilidad e ingenio.
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