En la campiña de Córdoba, en un pueblo llamado Montilla, conocido por sus exquisitos vinos con denominación de origen Montilla-Moriles, nació alrededor del año 1532 una niña a la que sus padres, Alonso Ruiz Agudo y Elvira García, le pusieron por nombre Leonor.
Leonor Rodríguez recibió su nombre en honor a su abuela paterna, de quien también heredó el apellido. El sobrenombre de “La Camacha” le fue otorgado por su abuelo, Antón García Camacho, algo común en los pueblos de la época, donde los descendientes solían heredar los apodos familiares.
Leonor se casó con Antón García de Bonilla, quien según los archivos históricos, murió tras caer en la locura inducida por su esposa. De esta unión nacieron dos hijos. El primero sufrió la misma suerte que su padre, quedando totalmente demente “por tomarle cien ducados”. El segundo, Antón Gómez Camacho, aún vivía cuando la Inquisición arrestó a su madre.
Se dice que en 1567, Leonor desapareció de Montilla durante cuatro meses, tiempo en el cual se cree que estuvo en Granada, donde una mora la inició en oscuros rituales, proporcionándole los conocimientos y materiales necesarios para empezar a fabricar sus propios ungüentos. Este fue solo el primero de muchos viajes que realizaría para perfeccionarse en el arte oculto. Su ambición era tan grande que, al enterarse de la existencia de un hechicero o hechicera más poderoso, no descansaba hasta igualarlos o superarlos, sin importar los medios que tuviera que emplear. Se jactaba de ser discípula de los más destacados maestros moros y cristianos, e incluso, confesó que no dudaba en fornicar con moros “sin bautizar” para aprender nuevas técnicas.
Leonor era tanto bruja como excelente “empresaria”, con una visión de negocios envidiable. Sabía cómo obtener el máximo beneficio de sus clientas, alegando que necesitaba materiales de tierras lejanas para realizar ciertos hechizos, lo que le permitía incrementar sus honorarios. Muchos la temían, pues se decía que podía identificar a quienes habían hecho pactos con el diablo, reconociendo las huellas y marcas que estos dejaban tras un contrato sombrío. Curiosamente, este era otro de los servicios que ofrecía, revelando a aquellos que habían sellado su destino con el maligno, siendo ella misma una veterana en dichos pactos.
“La Camacha” tenía su propio "centro de formación" para aspirantes a hechiceras, gozando de gran prestigio entre ellas. Pactaba previamente lo que le debían pagar por cada lección, y se dice que amasó una considerable fortuna. Aceptaba pagos tanto en efectivo como en especie, mostrando especial debilidad por las "asaduras y pollos" durante la Cuaresma.
Se dice que contaba con un "laboratorio" repleto de todo tipo de elementos, desde utensilios de cocina como ollas y calderos, hasta objetos más siniestros como sapos, salamanquesas disecadas, escarabajos, cera, velas, orina de negra, figuras de hombres recortadas en lienzo, y una gran variedad de hierbas para la confección de ungüentos, mezclando el arte culinario con el hechiceril.
Aparte de su trabajo como hechicera, su fortuna se vio incrementada por los negocios de dos tiendas y un mesón que había heredado de su madre. Sin embargo, a pesar de ser una de las brujas más temidas de todos los tiempos, ni su magia ni su astucia pudieron salvarla de la Inquisición.
Fue denunciada por los Padres Jesuitas de Montilla, quienes informaron al tribunal de Córdoba sobre la existencia de "más de cincuenta personas que tenían familiares" en la villa involucrados en la brujería. Curiosamente, todo el respeto que parecía inspirar entre sus vecinos se desvaneció cuando fue apresada, y muchos testificaron en su contra, acusándola no solo de herejía, sino exagerando sus actos brujeriles hasta niveles aberrantes.
Finalmente, “La Camacha” confesó. El 8 de diciembre de 1572, día de la Inmaculada Concepción, Leonor Rodríguez "La Camacha" salió en un Auto público de fe, con sus correspondientes insignias de invocadora de demonios. Su sentencia fue leída y se le obligó a "adjuró de Levi". Fue condenada a la confiscación de sus bienes, una multa de 56.250 maravedís, y a diez años de destierro de Montilla, dos de los cuales debía servirlos en un hospital de Córdoba. También fue sentenciada a recibir cien azotes en Córdoba y otros cien en su pueblo natal.
Quizás sus habilidades de hechicera la salvaron de la hoguera. Al día siguiente de su Auto público de fe, fue azotada por las calles de Córdoba, montada en un asno, mientras era objeto de burlas y mofas. Pocos días después, fue llevada a Montilla para repetir la procesión.
Tras devolverle sus bienes y poner en orden sus negocios y deudas con su hijo, quien había cambiado su nombre a Antón Gómez Bonilla para gestionar los gastos incurridos durante el proceso inquisitorial, la vida y obra de una de las más notables brujas de esta tierra llegó a su fin. Para comprender su impacto, basta con recordar que Cervantes escribió de ella: "Era la más famosa hechicera que hubo en el mundo, capaz de congelar las nubes, nublar y aclarar el cielo a su antojo, conjurar la presencia de un hombre, tener su jardín lleno de rosas frescas en diciembre o segar trigo en enero".
Tras cincuenta y tres años dedicados a las artes oscuras, Leonor Rodríguez, "La Camacha", entregó su alma al mejor postor en 1585.
La casa de "Las Camachas", llamada así porque Leonor siempre iba acompañada de dos acólitas, "La Cañizares" y "La Montiela" —quienes curiosamente no fueron apresadas por la Inquisición—, es donde se presume que vivió y realizó sus oscuros conjuros. Aunque es una vivienda privada, se dice que sus actuales propietarios son amables y podrían estar dispuestos a compartir la historia y los secretos de este lugar con quienes se interesen en conocer más sobre la vida y legado de Leonor Rodríguez, “La Camacha”. La casa, un edificio de apariencia modesta pero cargada de historia, es un reflejo del misterio que envolvió la vida de esta mujer. Sus muros, impregnados de leyendas y rumores, son testigos mudos de los oscuros rituales que se dice se llevaron a cabo en su interior.
Hoy en día, Montilla sigue siendo conocida por sus vinos, pero para los más curiosos el nombre de “La Camacha” resuena en memoria de los tiempos en que la brujería y la magia eran temidas y perseguidas. La historia de Leonor Rodríguez no solo es un relato de la ambición y el poder que una mujer pudo alcanzar en un mundo dominado por la superstición y el miedo, sino también una lección sobre los peligros que conllevan el conocimiento y el desafío a las normas establecidas.
La leyenda de Leonor Rodríguez se mantiene viva no solo en los relatos que se cuentan en Montilla también en la literatura y el folklore de la región, perpetuando la imagen de una mujer que, a pesar de su oscuro legado, dejó huella en la Historia.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es