El río está revuelto, aunque se quiere tener envuelto, encerrado en la cápsula de las nuevas dictaduras de hábito democrático, intimidad con sentimientos de censura e inmovilización de pensamientos y exposiciones críticas. Nunca estuvo el país más confuso, ni hubo mayor discrepancia entre los términos oficialidad y oficioso, ni los vendedores de “humo” tuvieron tanta notoriedad, ni clientelismo, como los que hoy perviven superándose día tras día. La falsedad es la moneda de cambio oficial. Con la mentira por bandera, se ha impuesto en todos los órdenes de la vida e incluso en el judicial, donde un acusado puede mentir cuantas veces le venga en ganas, que no hay ningún articulado que le pene, mientras la víctima soporta las cornadas del engaño.
Somos dualistas y además dioses, porque cada vez es más frecuente que emulemos a Jano, el dios de las dos caras. Un conocido de ruda y vehemente expresión coherente con su grado intelectivo, tosco, pero de aguda reflexión, un día me dijo: “en los medios de comunicación audiovisual no hay quien diga la verdad, solo hay simulación”. “Exageras”, le conteste. Y me dio la siguiente explicación: “Mire usted, si mañana me citarán para entrevistarme de alguna emisora o cadena televisiva, como soy consciente de mis limitaciones, le pediría consejo a personas amigas que considerase muy superior en sapiencia a mis modestas luces. ¿Qué ocurriría? Pues que en la entrevista no sería yo, ni mis sentimientos, ni lo que en realidad pienso, sino un simulacro construido con la amalgama de los asesoramientos recibidos. Y eso sin haberme visto sometido a miedos, intimidación o persecución, lo que haría aún más real la falsedad existente”.
Nos guste o no, no podemos descabalgarnos de este órbita política actual, que ha conseguido el don de la ubicuidad, de la omnipresencia y no hay resorte nacional, ni siquiera familiar o de hogar donde su presencia no incomode incruenta o dolosamente la vida de los ciudadanos.
Ya no basta con votar o pagar los diezmos exigidos, ahora hay que crispar en trabajos, agrupaciones culturales, aulas de enseñanza, barras de bar, lugares de ocio vacacional, templos de creencia, parlamentos nacionales o reuniones familiares donde la discordancia ya florece entre pétalos de color rojo o azul. Resentimiento, envidia, odio y deseos de exterminación de las ideas o pensamientos que se oponen a los que llevan en su mano la vara de mando, se han impuesto. La mayor o menor infalibilidad de los artículos constitucionales ha quedado reducida al simple “borrón” y pendientes de una “cuenta nueva”, que se hará según los gustos de los legisladores que estén en mayoría. Nos acostumbraremos a las “leyes detergentes” que limpian los tejidos (humanos en este caso) para ofrecerlos como nuevos en las grandes superficies de la controvertida vida nacional, aunque sus manchas originales queden en el lienzo inviolable del recuerdo.
Si utilizáramos el sentido común, simple y llanamente, sin influencias externas, olvidando resentimientos y la contienda fratricida que entre todos llevamos a cabo, veríamos claramente cuan de holgada y, por lo tanto, no útil para el diario vestir y vivir son las frases altisonantes que últimamente se repiten con vehemencia inusitada. Ningún hogar va a la velocidad de un cohete, si la deuda familiar es muy superior a la “soldada” con que se cuenta y nuestra nación en deuda es líder.
Además, basta mirar los rankings europeos en cualquier de sus especialidades para ver que nuestra posición está muy alejada de los puestos de cabeza. No somos por más que lo pregonemos, ni ejemplo, ni el ombligo de los países europeos, porque amnistiemos, indultemos o consigamos que un tribunal, que no es parte del poder judicial, anule a aquel. No es progresista, porque ya Robespierre lo propuso en diciembre de 1790, la frase “libertad, igualdad o fraternidad”, cuando el término libertad en realidad se define como el hecho de que cada uno haga lo que quiera, sin cortapisas, acumulando derechos, sin contraposición de deberes y poniendo en peligro la integridad personal y de propiedad de los ciudadanos, que cada día aumentan el gasto hogareño, por la compra de múltiples alarmas o cerraduras de última generación. Está claro que se antepone sin disimulo a la idea de igualdad que debe haber entre todas las personas. La fraternidad está en la actualidad fragmentada en pedazos por ahora imposibles de unir. Hartos de ver tanta admiración y éxtasis, ante las decisiones del jefe y ráfagas de aplausos más largas en el tiempo que una caravana dominguera. Lo valioso e importante es el respeto y debe proceder del amigo, del subordinado y del que opone crítica o proyecto diferente.
El ideal, lo que se desea, es luchar cada día por un bienestar y verdadero progreso, con soluciones más que críticas desaforadas, que son inicio de enfrentamientos y nos coloca de lleno en aquella frase machadiana “de diez cabezas nueve embisten y una piensa”, pero no podemos levantarnos diariamente con la ansiedad de “que sorpresa política y de poder” nos deparará el nuevo día.
En nuestra “salada ínsula”, en nuestra querida isla, todo es diferente. Julio es un mes de alegría. Vamos a estar de fiesta. Es la “Fiesta del Carmen y de la Sal”, ambos nombres intocables. La Virgen es la madre de Dios. Luego hemos añadido calificativos diferentes, que dan la impresión de hacer múltiple su personalidad, pero es un ente singular, sin sucedáneos, a la que debemos respetar.
La sal da carácter y diferencia nuestras relaciones bañadas de humor y alegría. Los niños esperan alborozados el movimiento inicial de los carruseles y los mayores recordamos cuando de niño la feria estaba en la calle Real. Desde la Plaza de la Iglesia a Alameda, pasando por la Plaza del Rey, cada una de ellas con sus ornamentos y monumentos conmemoradores de fechas históricas. Y en verdad da nostalgia ver esta última plaza citada, con chorreos de agua a nivel del suelo, sin mármol, ni conchas, ni fuentes, con un vacío qué si es bueno para representaciones, no lo es tanto para un pueblo que habla con orgullo de su historia. Algún día, esperemos que no muy lejano, esas barras luminosas y oxidadas, sean jubiladas y vengan hierros jóvenes y con arte a suplirlas y que haya algún hecho histórico que merezca pedestal.
Lo merece la plaza y un pueblo que se resiste a estar revuelto, crispado, prefiriendo en ocasiones algo de pasividad o pereza a caer en las redes del enfrentamiento político nacional que nos está envolviendo.
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