-Ay, si se pudiera seguir al pie de la letra la máxima aristotélica de que la felicidad reside en la contemplación…- Pero el artista, como todo hombre cotidiano, no tiene tiempo de aguardar a las musas salvadoras, de demorarse en la lentitud que va poblando su mirada, sino que, en la mayoría de las ocasiones, debe afanarse en la búsqueda de los materiales y herramientas que hagan de la nada obra conclusa y verdadera.
Y de esto, y mucho más, nos habla el último libro de Alfonso Pascal Ros, “Un hombre ha terminado de escribir” (CELYA. Salamanca, 2010), galardonado meses atrás con el IV Premio Ciudad de Pamplona de Poesía. Este pamplonés del 65, atesora una larguísima trayectoria literaria, en la que además de los dieciséis poemarios ya publicados -dos de ellos infantiles-, ha dado a la luz siete de prosa, dos de teatro y otro par con acentos turísticos.
Muy alejado de la hermética condición de su anterior volumen, “Cuaderno para Miguel”, el vate navarro ha modelado un corpus lírico en el que conjuga con mucho acierto la ironía, la memoria, el humor, la crítica…, pero sobre todo, el peso de la costumbre. Aunque escrito en primera persona, el yo poético se desdobla y se ofrece a cualquier otro que quiera usurpar su identidad, pues sus mismos hábitos caben en el día a día de todo ser humano, -poeta o no-: “Y si después de todo no compensa/ tanta entrega y afán, tamaño esfuerzo/ por el verso buscado el resultado/ que el papel le devuelve, cuánto tiempo/ perdido sin vivir y cuántas cosas/ fueron sacrificadas por un cero”.
Los cuarenta y ocho poemas aquí reunidos, tienen como denominador común una estructura de doce versos endecasílabos con rima asonante arromanzada. De esta suerte, Pascal Ros nos deja constancia del su dominio formal y rítmico, y además, consigue que su decir se trueque en una sonora y lúcida reflexión sobre la existencia gris y sombría que algunos deciden llevar, “que vivir de ilusiones es barato”. Mas cuando aquellas no se convierten en realidad, el uso supera a la novedad, el corazón amansa sus latidos y se acomoda en la nadería de ponerle nombre a cuanto ya lo tiene: “El traje hecho a medida y sin arrugas,/ ni una mancha aunque llueva, son las normas (…) Recoger a los niños a las siete,/ dar un beso en la frente a la señora/ y elegir la corbata de mañana./ No está permitido amar fuera de horas”.
En la contraportada del libro, anota Jesús Munárriz -miembro del Jurado que otorgó este premio- que “el lector disfrutará de la diversidad y de la armonía compositiva (…) y de una visión aguda y múltiple de nuestro tiempo, expresada en un lenguaje accesible y certero”.
Y atina de pleno en su afirmación, pues no cabe duda, después de leer y recrearse en este común universo, que estamos ante la voz de un poeta que apuesta por la autenticidad y el rigor de manera decidida. Así sea por mucho tiempo.
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