Maravillosa actuación del coro de Barbate 'El baúl de la Piquer', felicidades por su repertorio, que ha logrado abrir otro baúl, el de mis recuerdos. A todos nos ha marcado algún profesor o profesora durante el colegio, en el instituto o en la universidad. Para bien, porque haya conseguido el éxito en la docencia, o por aspectos negativos, que hiciera que su asignatura se convirtiera en un auténtico calvario. .
En la Facultad de Medicina, se estrecha aún más el contacto entre profesores y alumnado porque ese profesor que explica en clase, también es quien te da las prácticas y llega a convertirse en un compañero muy cualificado y en el juez que valora y guía tu comportamiento y tus conocimientos. Por eso quizás ese "marcaje educacional" sea aún más recordado posteriormente en tus años de profesión.
Los estudios de Medicina mejoran notablemente a partir de tercer curso porque empiezas a contactar con la verdadera medicina, al trato con los pacientes, al ambiente hospitalario, a sentirte orgulloso y emocionado por llevar una bata y un fonendo colgado al cuello.
En sexto de Medicina tuve mi primer contacto con la asignatura de dermatología. Visitar esa pequeña consulta ubicada en la segunda planta del hospital Puerta del Mar, donde tan amablemente me recibía Gloria, y sentirme partícipe de diagnósticos y pequeñas intervenciones, abrió un mundo hasta ahora desconocido. Recuerdo esa primera práctica arremolinados en una mesa amplia por grupos de 4 estudiantes junto al profesor de dermatología. Ahí fue el momento en el que conocí al Profesor D. Joaquín Calap Calatayud, licenciado en Medicina por la Universidad de Valencia, especialista en Dermatología y doctor en la Universidad de Munich (Alemania), director del departamento y catedrático de Dermatología por la Universidad de Cádiz, jefe del Servicio de Dermatología del Hospital de Mora, director del Departamento de Medicina y Medalla de Oro por la Universidad de Cádiz, con publicaciones científicas nacionales e internacionales, director de infinitas tesis doctorales, apasionado de congresos y comunicaciones, corpulento, de voz profunda con un cierto contenido nasal y aderezada bastante por su procedencia valenciana.
Me impresionaba su ojo clínico en los diagnósticos, esa agilidad mental para poner nombres a lo que aquellos asombrados estudiantes solo veíamos como manchas y verrugas. Una facilidad pasmosa para con solo levantar la cabeza y expandir la lesión con sus grandes manos, desembocara en una palabreja médica que pronunciaba tan segura que era diagnóstico de certeza, de seguridad y de rotundidad. Mi memoria visual y sus explicaciones hicieron que muchas lesiones se me quedaran grabadas y en las diapositivas de clase solía intervenir con algo de acierto llamando la atención del profesor Calap.
Las visitas a su departamento hicieron que mi nombre y mi cara fuesen más conocidas y me animaron a ser alumno interno de Dermatología, presentándome a examen y obteniendo dicha plaza. Ese momento supuso adentrarme más en la vida de la persona que la ya conocida de profesor. Conocer a un extenso grupo de dermatólogos del departamento, incluso un médico alumno de Honduras Dr Alejandro Godoy, que mostraban devoción por su jefe el Prof Calap. Visto así, yo paseaba por las plantas del hospital más ancho de lo que estoy ahora junto a mi mentor, visitando pacientes en distintas especialidades y acompañado de quién me presentaba como un colega más. El trato tan humano que dispensaba, sentado junto a la cama y preguntando por otros aspectos de la vida al paciente, me hizo entender la cercanía como persona que el profesor Calap cultivaba en sus visitas. La jornada comenzaba a las 8 de la mañana con consultas en el departamento y terminaba cerca de las 3 de la tarde con las visitas a interconsultas y algún paciente que esperaba en la segunda planta rogando asistencia. Aquí entendí la medicina del Dr Calap, mientras había pacientes había trabajo independientemente del horario. Es verdad también que fruto del enorme número de pacientes, la consulta era un poco caos de entrada y salida de enfermos en distintos horarios y con intervenciones que, como por arte de magia, desembocaba en el mayor orden de atención y en el mejor trato al paciente. Nunca vi en los años que asistí, que se rellenara una hoja de reclamaciones en ese departamento.
Tuve el honor de participar en un libro en su honor donde describo una anécdota que retengo en mi memoria. Cierto día noté al Profesor Calap más serio, apenas me hablaba y me pidió cuando entró un compañero suyo que saliera de la consulta. Me resultó bastante extraño porque era partícipe de casi todo en esa consulta. Tras una larga espera el dermatólogo que entró, me ofreció trabajar con él, pero antes había pasado por el filtro de mi maestro. Quería asegurarse que me ofrecía un buen futuro, un trabajo digno y que no mermara mi desarrollo profesional. La frase del compañero lo decía todo: " Fernando, no sabes hasta qué punto te quiere D. Joaquín". Allí fue mi despedida tras dos años de enormes vivencias que me impregnaron de humanidad, cariño, alegría, conocimientos, devoción por mi profesión y respeto al paciente. Hace dos semanas recibí la inesperada y triste noticia de su fallecimiento. El orgullo de haber sido uno de sus alumnos más cercanos y el aluvión de mensajes cariñosos que otros alumnos/as como yo, han escrito a su maravilloso recuerdo, me ratifican la enorme valía de un gran dermatólogo y mejor persona. Por siempre en mi recuerdo, gracias profesor, gracias Mi Profesor.
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