Notas de un lector

Mark Twain en su centenario

Se cumple este año el centenario de la muerte de Mark Twain (1835 Missouri – 1910 Nueva York) “padre de la Literatura estadounidense”, tal y como lo definiera tiempo atrás otro gran genio, William Faulkner.
Twain, que tuvo que abandonar prematuramente los estudios para ayudar con los problemas económicos a su familia, se dedicó a muy variados y variopintos oficios –tipógrafo, aprendiz de piloto en un barco a vapor, negociante de maderas, minero…-, antes de iniciar en 1863 su personalísima y exitosa trayectoria literaria.


Con anterioridad, había dado sus primeros pasos en el “Journal de Moucatine” -diario que por entonces pertenecía a su hermano hermano mayor-, donde enviaba de manera esporádica pequeños relatos de sus viajes. Pero hasta 1876, no cosecharía su primer gran éxito con “Las aventuras de Tom Sawyer”, que tendrían después continuación con el ya mítico “Huckleberry Finn” (1884). Su precaria situación monetaria -arruinado tras invertir todo su dinero en una imprenta automática-, le llevó a cambiar sus habituales retratos caricaturescos, su lenguaje coloquial y su tono picaresco por una época de sombrío pesimismo, que derivó en obras como “Los sinsabores de la vida humilde” (1900). Murió en Nueva York en la primavera de 1910, mas su legado mantiene intacto su vigencia, no sólo en el alma de los jóvenes, sino en la de sus adultos admiradores.

Ahora, con su acostumbrado buen hacer, la editorial Impedimenta acaba de publicar “Los escritos irreverentes”. Se trata de una sugestiva colección de textos pergeñados por Mark Twain entre 1870 y 1909, que recoge una hilera de diatribas bíblicas que demuestran bien a las claras su escepticismo religioso, además de su ácida crítica sobre los poderes sociales y políticos establecidos.
“Este libro no saldrá jamás. Es imposible, porque se consideraría una ignominia”, afirmaba Twain en una carta a un amigo poco después de haberlo concluido. Y hasta la década de los sesenta, no vio en efecto la luz, pues hubo que aguardar a que su hija obviase la idea de que ese volumen desvirtuaban la literatura y la figura de su padre.

La certera traducción al castellano de Gabriela Bustelo, se adorna con una aclaratorio prefacio en el que ella misma afirma: “El libro que tenemos entre manos …/… oculta bajo su burlona fachada un ataque incendiario al cristianismo y a la Biblia. En un país tan religioso como Estados Unidos, su actitud tan descreída le creaba constantes problemas con sus coetáneos”.
Dividido en tres apartados, “Las cartas de Satán desde la Tierra”, “Los apuntes de la familia de Adán” y “La carta desde el cielo”, el conjunto es un singular canto de ironía, de inteligente humor y vehemente rebeldía , que abarca todo aquel ilusionante y soñador espíritu americano del que Mark Twain renegara de forma tan abierta.

Hay, en estas páginas, momentos de entreverado amargor, de rabia incontenible, de insaciable sed humana y divina, pero en otras, surge el Twain más hilarante, más fresco, más espontáneo, que traerá a la memoria tantos y tan buenos momentos compartidos con él, con sus aventuras y sus inolvidables protagonistas.

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