Daniel González, maestro, orientador, y profesor titular del Departamento de Psicología de la Universidad de Cádiz (UCA) lamenta que “abordamos la dislexia como la discapacidad hace 50 años” para advertir de la existencia de mitos en torno a un trastorno que el modelo educativo se empeña en invisibilizar “creando a futuros ciudadanos de segunda no por su capacidad de aprendizaje, sino por las barreras que les ponemos en las aulas”.
González apunta algunos prejuicios que dificultan la detección temprana, como la creencia, por ejemplo, de que, “si un chico no ha manifestado una dislexia con siete, ocho, nueve o diez años y ha ido aprobando, no puede tener dislexia”. “No podemos olvidar”, explica, que estos alumnos cumplen jornadas intensivas, maratonianas en casa, para rendir, durante toda la tarde, hasta la cena, siempre que el entorno familiar se involucre. “Pero todo se agrava en Secundaria y entonces la dislexia se manifiesta” de manera más cruda”, agrega.
También niega que el trastorno tenga un origen visual; “es fonológico”. “Nuestro sistema de escritura se basa en letras que representan fonemas y los fonemas no tienen entidad real. En la escritura tenemos que asociar segmentos con letras, tenemos que aprender a asociarlos rápidamente, por eso las personas con dislexia son lectores lentos”, añade.
Por eso, para llevar a cabo un correcto diagnóstico, hay que hacer deletrear a los niños palabras cortas y a los adultos, algunas que no usen habitualmente, entre otras pruebas. Para paliar los problemas derivados del trastorno, González plantea medidas de accesibilidad sencillas, como la consabida ampliación de tiempos para hacer exámenes, el uso de la autolectura con auriculares o los libros de lectura fácil. En cualquier caso, el concurso de los docentes es fundamental, concluye.
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