Cuando Alemania aún se lame las heridas, reconociendo el error cometido durante lustros basado en la dependencia energética de Rusia y se rearma para tratar de convertirse en el motor de la defensa común europea, un germanismo empieza a salpicar el lenguaje de los políticos para, entre otras cosas, tratar de justificar la decisión del Gobierno español que acepta la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara como “la base más seria, creíble y realista” de resolver el conflicto, según la carta enviada por el presidente Sánchez al rey Mohamed VI y difundida por éste cuando consideró oportuno.
Realpolitik significa, según la RAE, política basada en criterios pragmáticos, al margen de ideologías. No es nueva. Fue precisamente Otto von Bismark, fundador de la Alemania moderna, quien acuñó el término con el objetivo de equilibrar el poder de los imperios europeos a finales del siglo XIX.
Fiar la política al realismo, olvidando ética, ideas e historia da un poco vértigo. Sí, probablemente lo más práctico en este momento es el plan de Rabat para que el Sáhara Occidental sea una autonomía marroquí; pero con ese criterio, llegará el día en el que lo más pragmático será renunciar a la soberanía de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, en las que la población musulmanana será mayoritaria. O renunciar a la reivindicación de la soberanía de Gibraltar, ya que no parece muy práctico conseguir un territorio en pleno siglo XXI contra la voluntad de sus ciudadanos.
Esta corriente empírica, que se ha puesto de moda ahora en el lenguaje político y mediático español, merece una reflexión. La realpolitik no puede justificar que una de las líneas rojas de la diplomacia española se cambie sin informar previamente al Congreso de los Diputados, que los españoles se enteren por los medios de comunicación marroquíes y no se prevean los daños colaterales con un país amigo y estratégico como Argelia. Las explicaciones del ministro Albares en la Cámara Baja no resultaron convincentes. Fueron más bien un ejercicio de malabarismo tratando de explicar a posteriori lo que carecía de explicación. El único argumento posible a tanto dislate es que haya información reservada que no comparta un Gobierno, que ahora ha seguido el paso dado por Donald Trump en diciembre de 2020 y que tanto criticó.
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