Notas de un lector

Afán de lo humano.

Desde su primer libro, “Ese lado violeta de las cosas” (1999), Carlos Aganzo viene desplegando una poesía plena de hondura humana, de emotiva certidumbre.

Publicado: 14/10/2021 ·
19:50
· Actualizado: 14/10/2021 · 19:50
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Desde su primer libro, “Ese lado violeta de las cosas” (1999), Carlos Aganzo viene desplegando una poesía plena de hondura humana, de emotiva certidumbre.

“Manantiales”y “Como si yo existiera”, fueron sus dos siguientes entregas, las cualesllegaron tamizadas por un quehacer más enigmático, más existencial. “La hora de los juncos” (2006) y “Caídos ángeles” (2008), daban fe de una voz madurada, con la que el poeta madrileño (1963) era consciente de que lo bello es en realidad lo sorprendente, nunca lo perfecto. Desposeído de la luz y la claridad del ayer, no quería olvidar que “un día fuimos ángeles, y aún somos criaturas del aire,/ pendientes de su canto”.

Posteriormente, “Las voces encedidas”(2011), “Las flautas de los bárbaros” (2012) y “La región de Nod”(2014), aunaban una trilogía que servía de llamamiento común a la sociedad a despertar del letargo en el que parecía sumida, para que con sus ánimas y sus gargantas batallaran en favor de un tiempo y un espacio óptimos.

 “Jardín con biblioteca”, editado el pasado año, enlazaba en buena medida con esa trilogía citada y, en él, el fulgor de la palabra le servía como alivio para entonar un discurso vinculante con lo moral, con la forma de asumir un comportamiento adecuado que priorizase criterios axiológicos.

    Ahora, en “Los perros y la niebla” (Colección Beatrice. Mojácar, 2021) ganador de la vigésimo segunda edición del premio “Paul Beckett”, Carlos Aganzo incide en el desinteresado desorden y el aciago dictado de la confusiónpromovido por ciertos estratos de poder:“Cuando el payaso de las bofetadas/ se sienta en el Senado/ los ujieres le hablan con arrobo./ Nadie sabe que anda/ coleccionando ramos de cabezas/ para adornar las picas/ de su nuevo palacio de gobierno”.Con sus versos adviertede las señales palpables de la decadencia contemporánea. Una decadencia, sí, que sólo se puede contrarrestar conjugando lo sencillo ylo armónico con la revalorización de un estética purificadora y plena de cultura.

    Sabe el sujeto lírico que dicta estos poemas que “el buitre y el arcángel” que están sobrevolando nuestro presente no son sino la avaricia y la caricia, la barbarie y la belleza. Y de esa dicotomía, de ese complejo duelo de contrarios, nace la urgencia de refundar la fe en lo más humano. O lo que es lo mismo, en un territorio y en un reloj que marque la frontera de lo más querido y permita escribir “un poema de amor,/ en medio de esta lucha/ perdida y descarnada de antemano/ contra los centuriones/ que vigilan el tiempo y lo administran/ con usura infinita”.

   Detrás de ese desconsuelo, del desamparo que se perpetúa y no acaba de disipar la niebla, queda aún una línea de esperanza. Con el afán guardado en la savia de la alegría, Carlos Aganzo no renuncia a descubrir lo ocultodel silencio, a revelar lo escondido entre las sombras. Y así, prendido de la piel de las palabras va horadando un marco que permita recomponer su afán “con bálsamos antiguos/ con lengua o canciones” que remienden, restituyan y regeneren los huesos y el espíritu.

Estamos, en suma, ante un poemario que punza la orfandad del corazón, pero que, al mismo tiempo, quiere restañar las heridas, recuperar la dignidad que mujeres y hombres vienen edificando y sosteniendo desde hace siglos, pues “aunque encuentren cerradas/ las almas y las puertas/ seguirán asaltando el paraíso”.

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