Sindéresis

El valor del trabajo

Nos miden y pesan en horas y, dependiendo de cuántas horas cedamos de nuestro esfuerzo, así seremos recompensados con dinero.

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El valor del trabajo es el valor de la vida humana; se trata del tiempo de tu vida que cederás a otros para conseguir cosas para poder vivir. Nos miden y pesan en horas y, dependiendo de cuántas horas cedamos de nuestro esfuerzo, así seremos recompensados con dinero. El valor de cada una de esas horas debería ser decidido entre las personas que trabajan y las que pagan, pero todos sabemos que esto no beneficia al que paga, así que ha dejado de funcionar de este modo. El valor de tu trabajo, de tu vida, es decidido por gente con la que no vas a hablar nunca y que posiblemente reside en otros países. Estas personas no se arriesgan generalmente a intentar imponer el precio de tu vida, de tu trabajo, cuando ya tienen necesidad de ti, porque una huelga de trabajadores podría acarrearle pérdidas. Tu trabajas una hora para conseguir 4, 6, 10 euros. Esa persona, en una hora que se detengan sus factorías, podría perder miles de euros de su patrimonio personal. Compréndelo, su tiempo es oro y el tuyo es cartulina.  Estas personas, como digo, crean de manera anticipada las condiciones por las cuales el tiempo de tu vida que dedicas al trabajo, ese tiempo que no volverá, va a tener un precio adecuado a sus ambiciones. Estas personas piden amablemente a unas agencias de calificación de deuda que hagan la vista gorda con las mareas de mierda que se están moviendo en cuestión de bonos basura y otros productos financieros tóxicos. Tanto los que lo piden amablemente como los que califican la deuda, saben desde hace muchos años que el mundo bursátil se va a ir a tomar viento tal y como está planteado. No es que lo sepan; es que lo provocan. No se pueden construir imperios sobre un dinero que no existe.

En cualquier caso, estas personas piden amablemente que se esconda la tragedia y, cuando les conviene, que la saquen a flote. Los bancos, que saben perfectamente que están andando sobre puentes de humo, gritan de pánico fingido y piden amablemente que se les rescate porque, de otro modo, sucederá una hecatombe.  La última vez que lo miré, la mayoría de los curritos le debíamos más dinero a los bancos de lo que los bancos nos deben a nosotros, así que, si desaparecen, yo no me lo iba a tomar mal, pero vaya, dejémoslo en que iba a ser una hecatombe y el mundo occidental iba a desaparecer y etcétera.

Entonces, los bancos son rescatados, pero siguen igual de jodidos, así que no dan crédito (ni ninguno de nosotros). Como no dan crédito, tú pierdes el trabajo o te pagan menos porque parece que aquí en España todos los empresarios pedían dinero prestado para pagar los sueldos. Y, además, para poder pagar este rescate a los bancos, España tiene que pedir dinero prestado. Esas mismas agencias de calificación que escondieron la bíblica marea de mierda, en contra de todo pronóstico, siguen siendo los gurús, los que parten el bacalao, y dicen que España es todavía poco de fiar en esto de pagar (que se lo pregunten a los bancos que hemos rescatado) y que entonces hay que prestarle dinero con un interés muy alto. A esto se le llama prima de riesgo. ¡Y cuela! ¡Lo maravilloso de esto es que cuela! ¡Cuela en el Congreso, cuela en los telediarios y cuela en la oficina de tu jefe cuando te dice que vas a echar horas gratis! Entonces, se hacen reformas para que quede ya como por ley que a partir de ahora te pueden despedir a la de tres, vas a cobrar muy poco y tu vida, en definitiva, no vale uncolín comparada con tu misma vida hace un año; tu vida, tu tiempo.

Entonces, ahora sí, vienen los que pagan de verdad y ponen sus empresas aquí y todo el mundo vuelve a tener trabajo, pero pagando menos y llevándose limpio mucho más, aunque el mundo siga siendo el mismo; que trabajo, más o menos, ya teníamos. Cobramos menos, pagamos lo mismo por todo. Y a esto, queridos amigos, se le conoce como crisis, solo que no es una crisis, es una estafa.

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