Sindéresis

Al final del día

Y necesitas culpables para aguantar la coraza gratis que dejaron junto a tu propia cuna; es la única condición.

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Puedes pensar que el empresario crea riqueza o la recoge, puedes pensar que hay personas que nacen para liderar o que es su estatus lo que los hace líderes, puedes pensar que la influencia es algo que merece ser heredado, y el puesto, y la estrella, lo puedes argumentar con ejemplos históricos, con esquemas, con dibujos, contratando mimos, pero al final del día solo hay una cuestión que importa: ¿crees que todos los niños tienen derecho a la igualdad de oportunidades?

Puedes decir que esos mendigos, más de la mitad de ellos, están así porque quieren, porque todos los días tienen para un cartón de vino, que con lo vale un cartón de vino se vive, o puedes pensar que quizá necesiten ayuda más profunda que una limosna, puedes pensar que se nos comen los inmigrantes, que los flojos de este mundo son un agujero negro para nuestros impuestos y que no queremos una sociedad infantil y subvencionada. O lo contrario. Pero al final del día, digo yo, cuando te tocas los brazos y te miras ante el espejo, defecas y gozas o sufres por una enfermedad, ¿te piensas que estás hecho de otra materia, que tú, en sus circunstancias, habrías obrado de una manera muy distinta?

Puedes pensar que es mejor un ladrón en el gobierno que un comunista, puedes pensar que es mejor un homófobo en la escuela que un ateo, puedes pensar que es mejor un creacionista escribiendo libros que alguien que abogue por el amor libre, o puedes pensar que nada es peor que la corrupción, o que un poco de corrupción es lo normal en una sociedad humana, y que tú harías lo mismo en su lugar, que haces lo mismo en el tuyo. Sin embargo, al final del día, fíjate en que las cuentas no cuadran por tu culpa. Que el dinero robado no vuelve, ni el chaval que acabó con su vida, ni el herido por el que su familia rezó en vez de aceptar una transfusión de sangre. Al final del día, tú formas parte de la cuenta, formas parte de la sociedad y del problema, estuvo en tu mano; no eres un muñeco.

Puedes quejarte y ladrar y decir que todos son iguales. Las corazas de este tipo son gratis; lo que no es gratis ya lo han comprado ellos. Puedes mirar a otro lado, no creerte nada, intentar llevar la misma vida que te sientes obligado a llevar, que tu entorno, que tu teatro. Encajar. Decir que sí a todo. Aceptar que la crisis vino del cielo. Aceptar que los bancos son unos ladrones porque sí, porque no se puede hacer nada. Aceptar que tus hijos se hipotecarán hasta las cejas de por vida, y protestar, rumiar, mirar la tele con asco.

Y pagarlo con otro.

Y pagarlo con tus hijos.

Al final del día, de nuestro día, cuando llegue la noche que a todos iguala, intenta imaginar lo que habrás dejado a tus espaldas. Niños destinados a ser ricos o a ser pobres. Pobres destinados a la explotación, el exilio o el cartón de vino. Enfermos poniendo un número de cuenta para que los curen en otro lugar. Millones de metros cuadrados en manos de la Iglesia; el rebaño en la calle. Gays, quizá tu hijo, apaleados, putas que no saben el camino a casa, narcos encantados con nuestras leyes, techos que son cárceles, mordazas para el que hace chistes y niños, niños por todas partes destinados a lo que tú has querido, con tu indolencia, que se dirijan sus vidas. Niños blancos y negros, indios y orientales en los que nunca pensaste con detenimiento, ya que a ellos es imposible culpar de nada.

Y necesitas culpables para aguantar la coraza gratis que dejaron junto a tu propia cuna; es la única condición. Sigue buscando culpables para no hacer nada, para no cambiar nada, pero te advierto de algo; al final del día, tendrás que respirar para vivir y ninguna coraza detiene el hedor ni la náusea. Al final del día, morirás, y será con ese olor en la nariz.

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