San Fernando

“En mi realismo se puede meter la mano por detrás, hay volúmenes”

Nacido en Cádiz por accidente, hijo de guardia civil, estudió con Hernández Homedes pintando en las calles de La Isla y los pueblos vecinos hasta tener su propio estilo.

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Asegura que recuerda sus primeros trazos cuando gateaba y no es una locura porque existen determinadas personas que pueden llegar tan lejos, pero para llegar a vivir de la pintura tuvo que pasar por otros oficios en los que el trazo fácil y la imaginación estaban presentes. Desde proyectista de buques en la Bazán, dándole vida a los planos, a vender muebles poniendo en el escapate la mejor proyección de lo que serían dentro de un hogar, como si fuera una simulación de las que ahora se hacen con un ordenador. Llegó el momento de tomar una determinación y se marchó a Sevilla,luego a Valencia y su vuelta a San Fernando está rodeada del talento de quienes aprenden de él en su taller. Pero para enseñar, y no es una perogrullada, hay que tener algo que enseñar.

—Si no tienes un estilo propio bien poco puedes enseñar.
—Eso ya lo dijo Picasso, que hay pintores artísticos que pinta lo que venden y hay pintores que venden lo que pintan. ¿Por qué? Porque son buenos. El artista tiene que tener su técnica, que se cojan cincuenta cuadros y se vea que uno es de fulano, otro de mengano… Luego vienen los discípulos. ¿Por qué? Porque tienen la técnica del maestro. No lo hacen igual pero sí tienen la técnica de los colores, la paleta del maestro.

—Angel Torres Aleu nació en Cádiz por accidente, como se suele decir, porque su padre era guardia civil.
—Nací en un cuartel y ya allí pintaba. No sé si pintaba ya cuando nací o cuando gateaba, pero me acuerdo que cogía un picón y me iba gateando al patio que había un zócalo todo por igual alrededor y lo pintaba todo. Y las mujeres llamando a Luisa porque el niño está pintando.

—El niño era un gamberro.
—Sí. Hasta que un día mi madre me dijo que no iba a pintar más con el picón. Y me preparó una puerta pintada de gris, me dio una tiza y ya yo no salía de casa. Estaba con la tiza sentado en el suelo y pintando.

—-¿Y cuándo tuvo conciencia de que no pintaba garabatos, sino que hacía algo con sentido?
—En Cádiz, estando en Puerta Tierra que es donde estaba el cuartel. Yo iba con mi hermano a llevarle la comida a mi padre a la Campsa, que como era un depósito de combustible, después de la guerra había vigilancia. Allí al lado estaba la aeronáutica y en un contenedor tiraban las tiras de papel vegetal de los delineantes. Yo las cogía y hacía películas, cortaba la tira y pintaba los dibujos con un movimiento distinto y se movían las figuras. Tendría yo unos seis años. Pero tomar conciencia fue en Cádiz. Había un pintor en la calle Sacramento que pintaba paisajes, iba yo a mi casa y los pintaba. Un día se los llevé y le dije que eso era lo que yo pintaba. El hombre reconoció sus pinturas y me preguntó si quería ir a Bellas Artes. Se peleó con el director porque yo era muy chico y no podía entrar, pero entré. Y allí empecé ya a pensar que quería ser pintor. Aunque yo he querido ser hasta torero.

—Usted terminó sus estudios en La Isla.
—Terminé aquí con Homedes. Aparte de las clases en el Círculo de Artes y Oficios, Homedes y yo nos íbamos los sábados y domingos a Chiclana, Puerto Real… a pintar la calle, él en un lado y yo en otro y así íba cogiendo técnica, pintando mucho.

—Usted es de los que viven como pintor, pero antes ha pasado por varios oficios.
—Me tenía que dedicar a pintar los sábados y los domingos, los demás días tenía que estudiar antes de la comida porque por la noche iba al Centro Obrero pero durante el día trabajaba de dependiente en una droguería. Y me alegro mucho de esa etapa porque era una droguería de las antiguas y toda la parte de química eran conocimientos que iba adquiriendo y que iban cayendo en un pozo…

—Luego le sacaba la utilidad. Porque las droguerías de antes no tenían el bote con la marca, tenían un fórmula para hacer un compuesto.
—Claro. Yo he ido a coger tierra por ahí por Madariaga, molerla muy bien en dos piedras de mármol, echarle el aceite, la masa… Yo hacía el bastidor con madera y con tela que compraba en Almacenes Blanco. Y a veces hacía hasta el marco con caña de escoba.

—Tener unos conocimientos sobre química, aunque sean someros, tiene una aplicación en la pintura que al fin y al cabo es un compuesto químico. Incluso para hacer pinturas que no existen.
—O efectos de texturas. Yo he hecho texturas poniendo cera en unas cazoletas, metiendo magnesio dentro y prendiéndole fuego. Hacía ¡chas! Y me servía de textura en el cuadro. Porque en mis texturas no quiero que se vea la textura, sino el efecto. Yo puedo poner un cartón que sea el tejado de una catedral, pero no quiero que se vea el cartón, sino que se vea el tejado. Por eso me dicen que soy realista, pero yo lo que hago es un realismo que no lo hace una foto. En mi realismo se puede meter la mano por detrás, parece que hay hueco en el espacio y hay volúmenes.

—Y hay perspectiva.
—La perspectiva es muy importante. Como me hizo falta para Bazán, yo ya había estudiado perspectiva con taquitos de madera, formaba calles y pintaba a la gente después. Y era una calle con tacos de madera como en la arquitectura.

—Y hablando de la Bazán, usted hacía recreaciones artísticas de los barcos, como un cartel publicitario para venderlos al comprador.
—Tenga en cuenta que el que venía a comprar un barco estaba acostumbrado a vender el barco, pero se le entregaba un plano de un barco y tenía que perder mucho tiempo en entenderlo. Entonces yo lo pintaba navegando. Hice una lancha rápida para Chile y el dibujo era de la lancha navegando, echando agua por detrás… preciosa. Estarán en el despacho del director. Y también trabajaba para los talleres. Si había una pieza complicada se dibujaba en volumen para que el operario la viera.

—Ahora se hace en un ordenador, pero prácticamente es lo mismo. Entonces existía el oficio de dibujante en los astilleros.
—Fue complicado aquello. Yo tuve que hacer un escalafón de delineante, de segunda, de primera… Iba avanzando y ya no había más y buscando, buscando, salió el dibujante proyectista de buques. Yo dibujaba el proyecto en volumen.

—Hemos dicho que Ángel Torres Aleu nació en Cádiz por accidente, luego estuvo en La Isla y después estuvo treinta años fuera.
—Dicen que a los cuarenta decide uno si sigue o no sigue donde está. Decidí irme y dedicarme sólo a pintar. Me fui a Sevilla, en abril y en diciembre presenté dos cuadros a un concurso nacional que había. Los llevo y me dicen que habían cerrado la admisión, pero que después había otro concurso muy importante a nivel nacional. Dejé allí los cuadros y me llaman un día y me dicen que me habían concedido el primer premio. Yo creía que era guasa porque había cuatrocientos participantes y seiscientos cuadros. Me dieron el premio y eso me abrió las puertas de todas las galerías.

—Y vivió de la pintura.
—Sí. Ya allí empecé a vivir de la pintura. Luego vino una crisis grande, no como la de ahora que está fabricada, aquella fue natural. Empezó a subir el petróleo de pronto y nos cogió de sorpresa.

—Fue la crisis del petróleo.
—La gente se cerró en banda, no compraban nada porque no sabían lo que iba a pasar y yo, con cuatro hijos y mi mujer, tenía que buscar una cosa segura. ¿Dónde compraba yo pintura para el bazar? En Valencia, en Alcoy. Y allí me fui, allí tenía el taller y tenía también la ventaja de que estaba la feria de Valencia que venían clientes del mundo entero. Se cogían clientes para después ir al marchante y comprar. Yo tenía un marchante, luego cogí otro más y empecé a vender, vender, trabajar, trabajar… y hasta última hora.

—Digo que ha vivido de la pintura porque ese es un factor muy importante. No todo todos los pintores pueden vivir de la pintura, no todos los músicos de la música. Es un prestigio que se ha ganado antes.
—Allí había muchos pintores pero además se respeta mucho al pintor. Los aprendices o los que están a otro nivel llaman maestros a los que les sobra el trabajo.

—Y lo de maestro no lo dicen con envidia, lo dicen con admiración.
—Sí, sí. Allí preguntaban por un pintor que era andaluz y le decían que era el maestro Torres. Y habíamos unos cuantos a los que nos conocían y no nos faltaba el trabajo.

—Y ahora tiene una academia aquí. ¿Hay muchos pintores en San Fernando?
—No es una academia talmente. En mi mismo estudio les doy clases un día a dos, otro día a uno, y estoy encima. No soy ese que tiene treinta y no atiende a nadie porque no puede. Yo los atiendo y no les dejo pasar ninguna. Eso sí, eso no… Y cuando terminan el cuadro yo no lo he tocado pero parece que lo he tocado yo. Está María Jesús Rodríguez Barberá, que ha expuesto ya dos veces. Nieves de los Santos, que hace flamenco, una maravilla y además tiene un trabajo enorme, tiene una tienda en el mercado, tiene que atender a sus padres que son mayores, no para… Pero saca el tiempo para pintar y para ir al taller. Hay otra ama de casa que le gusta la pintura. Otro que no le digo quién es porque es muy cerraíto, no es de aquí, es de Hispanoamérica, pero viene desde Cádiz a San Fernando a que yo le dé clases. Tiene mucha afición pero nunca había pintado, y yo le hago pintar; al final, pinta. A una señora daltónica que no distingue los colores la he hecho pintar con unos colores preciosos. Le he puesto el nombre de los colores en las paletas y hace unos bodegones…

—Eso tiene mérito.
—Claro, porque todo el mundo no sirve para enseñar aunque haga muy bien el trabajo. Y además, los que están saliendo ahora de la academia son más prácticos que yo porque o se hacen licenciados en Historia del Arte para poder dar clases o se hacen restauradores de imágenes y si les falla una cosa tienen otra.

—Pues está muy bien, porque el conocimiento siempre es bueno y cuando se tienen una base académica siempre se le saca más partido a las cosas.
—Hombre claro. Y además ya, con tanta imagen como sale en la televisión, ya la gente no paga por tener una imagen, la gente no compra cuadros. Entonces, para que no sea un fracaso los años estudiados, cogen dos cosas y si no es una, otra.

—Sin embargo la compraventa de cuadros, el descubrimiento de artistas, de gente con talento, siempre ha sido un buen negocio.
—Son gente importantes en el arte y te fabrican como un producto. Una persona de esas te dicen que le compres a un pintor que el día de mañana va a ser una figura, tú lo compras porque te fías de él. Está fabricando ya a un artista y si el artista tiene dinero tiene tiempo para hacer lo que le dé la gana, que es lo bonito. El que tiene que vender para vivir no puede hacer lo que quiera, tiene que hacer cosa que la entienda la gente y que le decore la casa. Pero esa gente que desde joven empieza a ganar dinero, unos fracasan porque no valen, son sobrevalorados, y otros sí llegan porque son buenos.

—A mí me decía un pintor, y no se me olvidará nunca, que no le importaba que cualquier compañero hiciera pintura abstracta, pero que primero tenía que saber imitar a Velázquez.
—Lo abstracto no es hacer garabatos, es una técnica más, pero una técnica tan difícil que sale de la parte sensorial, de las emociones. Lo abstracto es lo que te queda después de haber visto algo. Ves una flor y lo que te queda es el color. Tú das un color azul y es tu abstracción de la flor.

—Pero hay que tener unos conocimientos. Es como el verso libre, todo el mundo lo escribe cuando no sabe escribir de otra forma. Y sin embargo tiene una medida interna. Pero hay de todo, en la pintura y en todos los sectores. Y más en el arte, que es libre.
—Y más que nada porque no hay muchas personas que entiendan el arte como entienden otras cosas. No se atreven a opinar o a criticar porque no saben si van a meter la pata o no. Hay pocos que opinen del arte. Dicen me gusta o no me gusta y eso es lo mejor. Si me gusta lo compro y lo cuelgo y si no me gusta ahí se queda.

—Por que no hay dos personas que vean igual el mismo cuadro
—No. Ni siendo artista. Si tú mismo que has pintado el cuadro lo ves al otro día y lo ves distinto. O miro un cuadro mío al cabo de los años y me pregunto cuándo he dado yo esa pincelada, que no es mía y que la he dado. Y la he dado esas veces que estás en el limbo, que vas flotando, que va pintando sola la mano. Pero a mí me gusta la perfección y admito lo abstracto hasta el punto de que digo que una mancha bien hecha es un buen cuadro, si está colocada en su sitio, tiene su tamaño, su proporción, su equilibrio… entonces es un buen cuadro.

—Y que tenga unos ojos para mirarlo. Porque un cuadro sin espectador no existe. Usted está en la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes y es el vocal de arte. ¿Qué trabajo se hace en la academia desde esa vocalía?
—Si en tal fecha se va a celebrar el centenario de un pintor, de su muerte, su nacimiento, se mira qué se puede hacer. Ahora con el centenario de Platero y yo, que es un libro que no se puede representar. Así que decidimos que cada artista expresara en pintura lo que veía en Platero y fue un éxito. Dieciocho artistas, entre los que estaba Urréjola, y la exposición quedó tan bonita que nos la han pedido de Jerez, de la Academia San Dionisio para presentarla este mes.
 

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