Sala 3

Déjame salir

Déjame salir (2017), dirigida por el estadounidense Jordan Peele, se preocupa de crear ese vínculo en su primera escena, un prólogo en el que vemos a un hombre

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Qué importante es el vínculo empático en el género de terror. Sentir lo que siente el protagonista de la película para sufrir con él, para anticiparnos a los horrores a los que deberá enfrentarse y crear expectativas que, o bien se verán superadas con un terrible e inesperado susto, o flotarán levemente bordeando la tensión para perderse junto con un suspiro de alivio.

Déjame salir (2017), dirigida por el estadounidense Jordan Peele, se preocupa de crear ese vínculo en su primera escena, un prólogo en el que vemos a un hombre negro perdido en un laberíntico y lúgubre barrio acomodado.

La inversión de roles —el negro pasando miedo en un barrio de blancos— queda acentuada de manera sencilla y elocuente, a la vez que se marca el tono de la cinta —un terror irónico y político— y se lucen la excelente cadencia narrativa y la cuidada puesta en escena de la misma.

Asentadas sus intenciones, la película narra la historia de Chris (Daniel Kaluuya), un joven afroamericano que se dispone a conocer a la familia de su novia Rose (Allison Williams). La visita, que ya de por sí podría llegar a ser horripilante para muchos, comienza en lo singular, continua rozando lo espeluznante, y termina cayendo en lo paranoico a través de una sucesión de situaciones en las que, de alguna manera, los blancos acaban insinuando su fondo racista con comentarios más cercanos a la condescendencia —o incluso a la apropiación cultural— que al odio y al desprecio directos propios de épocas ya pasadas. Y todo eso antes de que la cosa se vuelva realmente macabra.

La película funciona porque las situaciones sobre las que se construye la tensión reflejan de manera locuaz el racismo latente de la actual Norteamérica de Donald Trump, un incesante bombardeo de detalles racistas disfrazados de corrección política y falsas modestias cayendo sobre un protagonista negro con el que hemos logrado identificarnos desde el comienzo de la narración.

Sufrimos con él pero también nos reímos con él, y mucho, porque la película consigue explotar a la perfección la ironía.

Que tu suegro blanco te recalque que ha votado a Obama justo tras excusarse por tener criados negros es una ironía genial que, además, podemos identificar fácilmente en nuestro propio contexto fuera de la ficción. Y cuando los sustos se alternan con carcajadas, el éxito está asegurado.

Por todo ello, Déjame salir no es solo un cuento de terror grotesco, sino también un divertido y mordaz relato que contiene un mensaje trascendente y actual sobre los desprecios raciales que sigue sufriendo la población negra norteamericana —y la de cualquier otro país, no nos engañemos— y que consigue aunar el terror clásico con un contexto moderno a la vez que altera los roles típicos para que, por una vez, nos sintamos tan nerviosos como un negro rodeado de blancos.
Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog elmurodedocsportello.wordpress.com

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