Sala 3

Que Dios nos perdone

Un thriller complejo, tenso y demoledor en el que se nos muestran con precisión los mugrientos males de nuestra sociedad más actual y cercana

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  • Que Dios nos perdone -

Cuando canto no pienso cuán mala es la vida” reza la letra del fado portugués que da nombre a la nueva película de Rodrigo Sorogoyen, Que Dios nos perdone (2016), un thriller complejo, tenso y demoledor en el que se nos muestran con precisión los mugrientos males de nuestra sociedad más actual y cercana, concretamente los que asolan Madrid en pleno verano de 2011, con un violento asesino suelto y la visita papal a la vuelta de la esquina. Rodrigo Sorogoyen, quien ya hizo patentes sus virtudes para escudriñar los entresijos de la mente humana y su relación con la violencia —soterrada en casi todo momento, eso sí— en la estupenda Stockholm (2013), se consagra aquí, junto a Isabel Peña, como un afinado compositor de guiones, donde brillan especialmente los detalles contextuales que guían y definen la trama y la turbadora profundidad psicológica de un trío protagonista cuyos perfiles encajan como lo hacen las diferentes dimensiones que conforman nuestra realidad.Sorogoyen se empapa del cine de David Fincher —Se7en (1995) y Zodiac (2007) especialmente— para trasladar los mecanismos del thriller contemporáneo al folclore de la España más negra posible. Y lo hace a través de una trama policial embebida por su propio escenario, un retrato de Madrid tétrico, casi esperpéntico y desesperanzador, pero a la vez tan realista y concreto, que acaba apoderándose de la naturaleza y el tono de la cinta hasta transformarse en el personaje más importante de la misma.

Es un placer doloroso ver cómo Velarde (un Antonio de la Torre tremendo de nuevo) y Alfaro (Roberto Álamo, que hace una construcción formidable de su personaje) se van perdiendo —y a la vez encontrando— en las laberínticas calles del centro de la capital, buscando pistas y sombras en cada escenario del crimen, viviendas que rozan lo siniestro en las que destaca el inmundo amontonamiento de recuerdos vacíos, mientras la cámara, siempre pegada a sus espaldas, los sigue de cerca, como el caso que los devora, hasta la intimidad de sus casas, de sus mentes y de sus almas.Un clásico policiaco que bebe confesamente del costumbrismo de la coreana Memories of Murder (2003) y que recuerda, en la compleja relación de sus personajes y en la dualidad difusa que los separa, a una de las grandes obras del maestro Kurosawa, Stray Dog (1949), con la que comparte además la atmósfera opresiva y calurosa del verano y la riqueza de un contexto saturado en referencias sociales y temáticas definitorias de los males de nuestro mundo —y en concreto de nuestro país y de su gente— convirtiéndose en una obra monumental del género y de nuestro cine.

Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog elmurodedocsportello.wordpress.com

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