Santiago y abre España

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Mi última colaboración en Vivajaen antes del descanso estivo coincide con la solemnidad de Santiago Apóstol, patrono de España, fiesta que antaño era muy celebrada en el solar hispano, pero que hoy, tras la reconversión de las fiestas religiosas, es incluso día laborable en la mayor parte de las comunidades autónomas, aunque siga siendo fiesta de precepto, desde el punto de vista religioso. Y redacto estas líneas precisamente desde la iglesia de Santiago de los Españoles y Monserrat, que es la iglesia nacional de España en Roma. En la biblioteca aneja a este templo romano, resumen de la presencia española en la Urbe a lo largo de los siglos, hace unos días pude hojear un libro sobre el patronazgo de Santa Teresa sobre España, que originó una agria dispuesta en el s. XVII para ver qué santo merecía más ese reconocimiento, si el hijo del Trueno y hermano del apóstol Juan, cuyos restos según la tradición, reposan en Compostela, o la abulense monja “inquieta y andariega”, que reformó la orden del Carmen, descalzándola de lo que podía ser una rémora para seguir con más fidelidad el carisma originario del Carmelo. Más allá de la historicidad de su presencia en la antigua Hispania y su sepultura en las cercanías de la antigua Iria Flavia, indudablemente la figura de Santiago ha marcado la historia de España, sobre todo en el medievo y la edad moderna. La España cristiana de la edad media se forjó y amplió territorialmente al grito de “Santiago y cierra España”, en el que “cerrar2 es sinónimo de guerrear o trabar combate. Los tercios españoles batallaron por Europa durante los siglos XVI y XVII también al mismo grito enardecedor, defendiendo inútiles contiendas dinásticas que nada le interesaban a España. En la actualidad, aunque no sean tiempos de paz absoluta, porque vivimos en una sociedad que genera violencia, aunque ésta no sea siempre física, es hora de cambiar el grito clásico español y prepararse para una lucha mansa y constructiva al grito de “Santiago y abre España”. Esa apertura que hay que invocar, y a cuya consecuención el Apóstol nos puede ayudar también, es la de las mentes y los corazones. Apertura de mente para aceptar en el diálogo cotidiano la posibilidad de enriquecernos con las visiones de los demás, del otro, del que piensa diferente, cerrando definitivamente los angostos pasillos mentales de los extremismos de todo tipo. Apertura para ver en este solar hispano, tan convulso, lo que nos une como historia común de siglos, frente a nacionalismos reduccionistas y excluyentes, de rancio sabor totalitario, que no hacen más que generar exclusión e injusticia, basadas siempre en una torticera manipulación de la historia real. Apertura para saber enriquecer a nuestra sociedad con la aportación que pueden ofrecer los que vienen de fuera, siendo creativos a la hora de dar respuestas a los desafíos que suponen la inmigración y la multiculturalidad. Y apertura de corazón para romper la férrea muralla que el más sórdido egoísmo levanta a nuestro alrededor primando nuestro chato interés frente al bien común de todos, y que se encarna en la corrupción reinante, signo de una insolidaridad que no permite pronosticar un futuro halagüeño para nuestro país.


Es hora de que Santiago, o por mejor decir los españoles, invoquemos a Santiago no para “cerrar”, es decir, para enfrentarnos y guerrear de modo cainita, como por desgracia tan bien ilustra la historia de España, e invoquemos al Apóstol para “abrir”, es decir, para construir un futuro mejor desde una convivencia que sea a la vez comunión real de los hombre y los pueblos de la antigua Hispania. ¡Feliz verano!

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