La novena provincia

La obsesión por la hora

Hubo un tiempo que no importaban los relojes.La llegada del ferrocarril fue la que hizo que se estableciesen las horas para que los trenes no chocasen.

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LA OBSESIÓN POR LA HORA
Estamos a vueltas con el cambio de hora,  pero hubo un tiempo en que no importaban los relojes. Hasta que llegó el ferrocarril, cada ciudad marcaba su hora en función del sol del mediodía. No existía la puntualidad. En España, no sólo Madrid y Barcelona tenían diferente horario, sino que  muchos pueblos vivían en el suyo porque se regían por el campanario de su iglesia. Minutos arriba o abajo en función al amanecer.
La puntualidad es un invento pensado, literalmente, para que no choquen los trenes. Hasta que las vías del tren hicieron el mundo más pequeño, la vida era profundamente local. Y hasta que la electricidad alargó los días, éstos duraban lo que la luz solar.
Fue la locomotora de vapor la que le arrebató al sol la potestad de fijar la hora en la Revolución Industrial. No es casualidad que el primer país en estandarizar la hora a nivel nacional fuera Reino Unido, también pionero en la implantación del ferrocarril. Se dieron cuenta de que un desfase en los relojes no sólo provocaba que la gente pudiera perder el tren. Cuando el impuntual era el maquinista, podía causar un choque mortal.
El tiempo es  esa extraña dimensión que hace que los días de vacaciones duren eternamente menos que una hora en un día laborable. Lo que entendemos por tiempo va cambiando según las épocas y la tecnología del momento.
Cuando en 1820 se presentó el proyecto de ferrocarril entre Liverpool y Manchester, la gente, atónita, creía que los pulmones se le aplastarían por semejante velocidad. ¡Casi 50 kilómetros en unas 2 horas y 25 minutos! Aquella máquina reducía a la mitad el tiempo que lograba el coche de caballos. Y 20 años más tarde, la Great Western Railway sincronizaba “la hora del tren” a “la hora de Londres”. Algunos pueblos protestaban por tener que atrasar o adelantar siete u ocho minutos su hora local, reticentes a que la capital les impusiera la medición del tiempo. Las revueltas a favor de la autodeterminación temporal no duraron mucho y Greenwich pasó a ser la referencia del reloj mundial.
La velocidad del transporte cambia nuestra valoración del tiempo. Porque la duración de los días no equivale a 24 horas, sino a lo que da tiempo a hacer en ellas.
Según un estudio del Centro de Estudios del Tiempo de la Universidad de Oxford, la cantidad total de tiempo dedicado al trabajo es prácticamente la misma que hace cincuenta años. Sin embargo, la gente declara que tiene la sensación de estar trabajando más tiempo que nunca y dormir menos que antes. Los datos lo desmienten.
Es probable que se deba a que estar siempre ocupados ha pasado a ser un símbolo de estatus. Cuando la nobleza se diferenciaba del resto de los mortales en que no necesitaba trabajar para vivir, presumir de tener mucho trabajo hubiera sido una ordinariez para las élites.
El ferrocarril cambió el mundo de arriba abajo, incluida la concepción del espacio y el tiempo, pero no tardó en dejar de ser símbolo de velocidad para pasar a ser sinónimo de viaje tranquilo. Le arrebató su condición de símbolo del progreso el automóvil y el avión, estrellas del transporte del siglo XX. En este siglo, sin embargo, no sabemos cuánto ni cómo cambiará nuestra concepción del tiempo.
Algeciras a 28 de marzo de 2017
Patricio González

 

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