La novena provincia

La Flagelación

Sobre el frío enlosado del pavimento, había unos pies desnudos. Los pies de un reo.

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LA FLAGELACION

                           

¡Crucifícalo , crucifícalo¡

 

Bajé los ojos. En la silla sobre la tarima del tribunal, estaba sentado el Gobernador Poncio Pilato.

 

Se lavaba las manos solemnemente en una jofaina de plata.

Sobre el frío enlosado del pavimento, había unos pies desnudos. Los pies de un reo. Fui subiendo los ojos por ellos, lentamente, hasta llegar a los de Jesús. Tristes y serenos, que me asaeteaban reclamando piedad y formulando reproches al mismo tiempo.

 

   Un eco trágico seguía repitiendo, como un trueno lejano y eterno, que nunca muere, la sentencia más injusta de la historia.

 

-Eres reo de muerte-.

Caí de rodillas sobre el viejísimo pavimento romano hasta tocar con mi frente la superficie pulimentada del granito.

 

-Eres reo de muerte- repetía la sentencia revolando a mi alrededor con locos aletazos, como un ciego y repugnante pájaro negro que gira y gira desde hace dos mil años.

 

-Eres reo de muerte- .

No sé cuanto tiempo estuve así de rodillas. Se pierde la noción del tiempo.

 

Cuando al fin levanté la cabeza, advertí unas gotas líquidas y transparentes que salpicaban el granito del suelo a mis pies.

 

Sí, es verdad; podrían ser lágrimas de mis ojos. Habían llorado.

Ó podrían ser salpicaduras del agua con la que Pilato se lavó espectacularmente las manos.

Terrible incógnita para el hombre que se interroga  sobre la autenticidad de su llanto y de su amor a Dios.

 

¿Lágrimas de verdad ó agua mentirosa de autojustificación?.

 

¿Auténtico llanto del corazón?.

¿Ó repetición del agua cobarde de Pilato?.

No lo sé. Lo sabe Dios.

Patricio González

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