Patio de monipodio

Robar ¿es humano?

Que de tanto tocarse, los extremos provocan fricción, aunque sin capacidad de alcanzar verdadera energía...

Las palabras denuncian al hablante, porque cada palabra denota un concepto; un sentimiento. Algunas denuncian intransigencia de carcas, capaces de asustarse ante la heterodoxia, como de pseudo-progres que han confundido “progresismo” con destruir todo acervo anterior. Tan regresivo como considerar la importancia de las cosas, de los hechos, de los objetos, sólo en función del tiempo, considerar “atrasado” y “obsoleto” todo cuanto tenga más de veinte años, o atrevido y disparatado todo cuando sea nuevo. Ni tanto ni tan calvo. Que de tanto tocarse, los extremos provocan fricción, aunque sin capacidad de alcanzar verdadera energía

Para menoscabar a Antonio Núñez de Herrera, podría minusvalorarse su única obra por ser única. Y se insinúa. Pero la hemeroteca es tozuda; y su tozudez prueba su capacidad literaria, de la que es producto su heterodoxa “Teoría y realidad de la Semana Santa”. Es que, para quienes se creen guardianes de la “sagrada” ortodoxia de las formas, que alguien halle una interpretación distinta, que centre su análisis en el pensamiento popular, ajeno, pero no opuesto a la historia contada, resulta atrevido y disparatado. Y es que lo senil sí que es tan disparatado como lo pretendidamente nuevo, lo que sus autores quisieran disfrazar de “innovador”, sin tener en cuenta que la innovación aporta, renueva, mejora. Tan carcamal es menospreciar a Núñez de Herrera, por no atenerse a una interpretación estricta, concesión a lo admitido desde la intolerancia, como “santificar” a un ladrón, redomado, alevoso y despiadado, deseoso de enriquecerse a costa de vidas ajenas.

Sevilla no huyó cobardemente de la lucha. Eso es una vergonzosa falacia. Sevilla creó la primera Junta, aceptada Suprema por todas las demás; preparó el ejército que hizo frente y venció a las tropas mejor preparadas y, cuando cuatrocientos mil de esos curtidos soldados avanzaban sobre unas murallas incapaces de resistir el asalto de cañones, pólvora y un ejército que triplicaba la totalidad de habitantes de la ciudad, evitó sacrificios innecesarios abriendo sus puertas, no a la depredación del Mariscal Soult, ni a su incapacidad para cumplir acuerdos, sino para evitar una destrucción a la que los invasores se entregaron, pese a todo. El lugar de la Suprema Central no estaba en una ciudad sitiada o destruida por las bombas, sino en una estratégicamente defendible. Por eso se trasladó a Cádiz.

Soult se entregó al pillaje con que enriquecerse y enriquecer museos parisinos. Y le hubiera sabido mal que Pètain devolviera uno de los cuadros por él robados. Pero no porque centralistamente se quedara en Madrid, sino por haber devuelto algo que tan fácil le resultó robar. Mucho han aprendido los museos centralizadores y las autoridades hispanas, cada vez que se llevan algo con pretexto de “repararlo”, como la Dama sustraída de Baza, para eternizarla en el Arqueológico madrileño. Depredación tan nada disculpable como la del “valiente” general amparado en cuatrocientos mil invasores. Por más que, demostrando su misma plena ausencia de ética, haya quien escriba para justificar y defender al franchute desvalijador de obras de arte ajenas.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN