Patio de monipodio

Bienes mueble

(Son “muebles” los del hogar o la oficina. Lo que puede moverse es “mueble”. Que nos conocemos)...

(Son “muebles” los del hogar o la oficina. Lo que puede moverse es “mueble”. Que nos conocemos). Si tiene en su casa un perro, un gato, un hámster… no contraiga deudas. Que se les coge cariño y se lo pueden embargar. Los animales domésticos y no domésticos (todavía no ha quedado claro), las “mascotas”, las otras, las de cubrir el cabello -o la calva- son vestido. Pero las que tienen vida, legalmente son “bienes mueble”. Y, pese a alguna aún tímida sentencia contra el maltrato, con la actual legislación las “mascotas”, como “bienes mueble” carecen de cualquier derecho. Es lo que tienen las leyes, algunas: “más raras que un piojo verde”. Y más obsoletas que hacer la mili con lanza de sílex. Porque sin definir aún el concepto “mascota” tendría que ver el gesto del agente judicial embargando una pitón de cinco metros. Ó una cobra. Ó un tigre. Que “hay gente pa tó” y algunas viviendas esconden sorpresas. Pero esto se va a acabar. Hace tiempo viene adaptándose la mentalidad, primero se vienen reconociendo los derechos de todos los seres vivos popularmente, hasta que el legislador se da cuenta -el último siempre en darse cuenta- y legisla lo que una gran mayoría demanda. Aunque no siempre tal como la demanda exige, pero esa es otra. Esperemos que aquí los derechos, al menos, igualen a las obligaciones; confiemos que no se martirice a los propietarios de perros, gatos y pájaros, con “chip” excesivos, menos aún con absurdos análisis y licencias de “ADN”, para analizar sus excrementos. Con la de excrementos que no precisan análisis. Y que se defina claramente qué debe reconocerse como “animal doméstico” y qué no. Más que nada para evitar el susto de que en una visita nos reciba un león. Por ejemplo. Esa definición pendiente, ayudaría muchísimo a evitar el comercio de especies animales protegidas y en peligro, y su subsiguiente riesgo de exterminio.

Al parecer, ronda un proyecto para regular la posesión de “animales domésticos” y, lo más interesante, abandonar el concepto de “bien que se puede trasladar” y reconocer sus derechos como seres vivos. O algunos de ellos, que está por ver todavía. Para empezar, convendría no vuelva a salir quien, en busca de ingresos para su particular peculio, no reclame -o, al menos no consiga- imponer un estudio de ADN, con el fútil, endeble e interesado pretexto de “evitar los excrementos en la calle”, porque hay medios más eficaces.

Con muchísimo menos gasto y sin la molestia de recoger los excrementos para su análisis en el único laboratorio autorizado, la misma policía encargada de ese trabajo podría vigilar, descubrir y sancionar a los incívicos y maleducados individuos (e individuas), capaces de dejar a sus vecinos el maloliente “regalo”. Más económico y más rápido. Sin escalas en laboratorio. “Aquí te pillo, aquí te doy con el talonario” Más eficaz, también, para los ayuntamientos, siempre en busca de huecos de dónde sacar ingresos para llenar las escuálidas arcas.

Bienvenido sea el reconocimiento de los derechos de todos los seres vivos, pero en serio, sin condiciones, no sólo de los animales domésticos. Junto con la definición de doméstico, alimentación y salvaje, para poner cada cosa en su justo sitio.

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