Patio de monipodio

Caminar

Lento tranvía, bicicletas y veladores tienen ocupado el espacio en detrimento de la posibilidad de desplazamiento peatonal, pregonado y ahora voceado...

Sevilla se suma a la red de “Ciudades que caminan”. Habría sido más justo nominarlas “ciudades dónde se caminan”, porque las ciudades no caminan y, si se usa el término, es un término imaginario, valorativo; se refiere al crecimiento, a la consecución de metas, nunca a un imposible desplazamiento lineal. Así que el título esconde, más que define, a las ciudades dónde se promueve el paseo a pie, el desplazamiento pedestre, el peatonalismo. El problema está en la ciudad inserta desde ahora en ese grupo y en que, como en otras materias y tareas, otras lo copien. Problema, porque se suma a una corriente de ciudades en-las-que-se-camina, una ciudad que ha puesto y mantiene todo tipo de trabas al caminante. Se “peatonalizó” una zona de la ciudad… falsamente. Porque después de la supuesta “peatonalización” queda menos espacio para los peatones que antes de ella. Espacio físico medible, sin exageraciones de ningún tipo. Lento tranvía, bicicletas y veladores tienen ocupado el espacio en detrimento de la posibilidad de desplazamiento peatonal, pregonado y ahora voceado, pero todavía no permitido por la cantidad y continuidad de obstáculos.

Por más que personajillos cuya nobleza limitada al apellido se indignen, la bicicleta no ha sustituido al coche, pero crea problemas al caminante al que le sustrae un importante espacio. La inmensa mayoría de los ciclistas que al parecer siempre tiene prisa, no respetan al peatón; ni siquiera los carteles anunciadores de “preferencia peatonal”. Al contrario, increpan y se enfrentan con quienes tienen “la osadía” de cruzar el carril, pese a que ellos circulan por todas partes, por todas las vías, por carriles, aceras y calzadas, sin más limitación que la que cada uno quiera imponerse, so quiere. El espacio ocupado por tranvía, veladores y ciclistas ha dejado estrechas lindes a los caminantes, quienes además, han de tener sumo cuidado con las “eses” y las prisas; con el “derecho” de los últimos a circular por dónde mejor les apetezca, como si su derecho fuera superior al de los demás mortales, como, de hecho, les es permitido.

Todo exceso empacha. Y en un Estado confesional tan sólo hay un Dios; uno más que en un Estado laico. Es malo endiosar a algún grupo; muy negativo para ese grupo y para los demás. Las bicicletas también deben tener limitaciones, para no seguir constituyendo molestia y peligro, aunque se oculten los accidentes con el velo de las pruebas exigidas, superiores a las requeridas a otros conductores. Es preciso terminar con carreras y zigzagueo y con la prepotencia de muchos ciclistas; cortar los abusos y castigar adecuadamente los atropellos; no es razonable requerir, como ahora, casi una certificación notarial. Ningún vehículo, por ecológico que pueda ser, debe estar por encima del caminante. El criterio debe seguir siendo el de menor a mayor fortaleza. Y está claro que por espacio, velocidad, por su composición metálica y por una simple ecuación dinámica, la bicicleta representa un riesgo real para el peatón. Si de verdad se quiere fomentar la sana costumbre de andar, es obligatorio, imprescindible, mantener la preferencia del caminante sobre todos los vehículos. Sobre todos.

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