Notas de un lector

Compases de la existencia

Bajo el título de Llegada permanente, ve la luz la obra poética completa de Juan Antonio Villacañas, editada en dos volúmenes

Bajo el título de Llegada permanente, ve la luz la obra poética completa de Juan Antonio Villacañas. Editada en dos volúmenes, el primero de ellos abarca desde el que fuera su bautismo lírico, Legio- nario del miedo (1952) hasta El humor infinito de la historia (1991). El segundo tomo incluye el resto de su creación, que va de Homenaje a la lira en larga sobremesa con Luciano (1993) a La energía de gesto (2001). Al cabo, más de una treintena de poemarios que dan cuenta de la constancia y el rigor con que el afrontó su creación. Amante fiel del verso, el toledano fue consumando su producción en el sentido duradero de la palabra, a sabiendas de que todo aquello que exhala el poeta debe llevar aparejado la presencia sensorial de su propio mensaje.

Su hija Beatriz ha realizado una decisiva labor recopilatoria y, en el prefacio que ella misma firma, escribe: “La poesía de Juan Antonio Villacañas revela conocimiento, un conocimiento que en él nunca está desligado de la emoción, sino potenciado por ella. El pensamiento es rasgo fundamental de su poesía. Es poeta de poderosa emoción, pero esta es indesligable de la idea, de la indagación”. Esos “grandes temas” se articulan muy próximos al paso del tiempo, a la memoria, al amor y a la muerte y, desde esa perspectiva universal, supo entender la poesía como un largo y cómplice viaje en busca de sí mismo.
El vate toledano quiso hallar una voz propia, trascendida, que fuera representación de su extensa humanidad, que fuera símbolo de su latidora fortuna frente al verbo.

En el poema que daba título a su segundo libro, Brisas íntimas, publicado en 1953, anota: “Lector:/ Aquí atados en páginassedientas,/ están los días pasados, y prendidos/ en esta piel que es tuya como mía./ Acaricia los vientos que te presto;/ simbiosis verdadera/ en única temática,/ que pulsan en compases la existencia./ Suma preconcebida,/ pregones en el alma estacionada/ en torno a las edades sin quebranto”.
Hay, a lo largo de su quehacer, un tono de cierta angustia, de nostálgicos ecos, que se resuelve en un discurso turbador. Con un lenguaje unitivo y un sabio dominio de las estrofas y las tonalidades rítmicas, su voz supone una ventana abierta a la fugacidad del ser humano. La efímera felicidad se torna diálogo melancólico, destino irremisible que produce sed y tristura: “Qué pequeño es el mundo/ donde no cabe uno./ Qué corazón más grande / el que no cabe en nadie,/ y se para de pronto/ entre estas dos palabras:/ Eternidad y Nada”.

En su última década, Juan Antonio Villacañas convirtió la combinación métrica de la lira en su mejor aliada, en su más fiel compañera, hasta llegar a proporcionarle “un alma nueva”. Los trece libros que componen el segundo tomo de esta edición tienen, a esta forma, como casi exclusiva protagonista.
Múltiples y variadísimos son, por tanto, los ejemplos que pueden hallarse en estas más de seiscientas páginas, pero en su lectura y relectura, los versos dedicados a san Juan de la Cruz, se han quedado prendidos de mi memoria. Y aquí los dejo, como emotivo botón de muestra: “Estoy con mi universo,/ estoy con él en la estancia segura/ y está conmigo el verso,/ él con la noche oscura/ vistiéndome con toda su figura”.

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