Notas de un lector

Un hilo de lava

Se publica Barbarie” (Ediciones Rialp. Adonáis. Madrid, 2015) de Andrés García Cerdán, con el que este autor obtuvo el pasado otoño el premio Alegría

Es sabido que fueron los romanos quienes llamaron bárbaros a aquellos que eran extranjeros y poseían costumbres violentas, rudas y primitivas. Etimológicamente, la palabra “barbarie”, es de procedencia latina y deriva de barbaries, que implica falta de cultura, crueldad, fiereza.
Pero a día de hoy, la barbarie ha traspasado aquel umbral hasta alcanzar una diferencia cualitativa, la cual se mide desde el punto de vista de su ethos, de su ideología, de sus medios y de su estructura.Y cabría añadir, poético, pues este género no es -ni ha sido- ajeno a tal concepto.
La reciente aparición de “Barbarie” (Ediciones Rialp. Adonáis. Madrid, 2015) de Andrés García Cerdán, con el que este autor obtuvo el pasado otoño el premio Alegría, trae a colación lo expuesto.

     Desde su inicio, se adivina en el volumen un hálito de alarma, de  amenaza constante. El yo poético se reafirma en la inquietud que manifiesta el alma del ser humano, su debilidad frente a cuanto gira en su derredor, frente a la pérdida de valores que antaño fueran tan firmes y ahora son pecado y condena.
“Cualquier tipo de barbarie, una vez establecido, dura”, dejó escrito hace ya tiempo el filósofo francés Alain. Y aquí y ahora, García Cerdán muestra en su pórtico la desazón y el desamparo:“Este poema explota en ti:/ tú eres su estallido./ Como un hilo de lava viva, barre/ y abrasa todo en tu interior,/ te deja sin lenguaje/ y te ahoga en su flash. Igual/ que un trallazo de luz,/ a la total penumbra y al dolor/ del espino te devuelve”.

     La identidad del propio sujeto lirico se interroga por la realidad que le ha tocado vivir, y se sitúa ante una innegable y visible meditación que le ayude a comprender el porqué de la degradante civilización. Pareciera no haber vuelta atrás, como si tan sólo quedara afrontar la sabida penitencia: “…Nos merecemos/ este destino innoble. Hasta aquí/ nos ha arrastrado/ nuestra atroz complacencia”.
Las semillas negras que el ser humano ha ido sembrando, su fanatismo, su equívoca rebeldía, o lo que es lo mismo, su incivilizado comportamiento, llevan al poeta albaceteño a descreer de cuanto acontece: “No valen/ nada estas vidas. Valen nada/ los cuerpos. Vale nada este licor/ sagrado que hoy escancian brutalmente,/ desde el mayor odio posible,/ los hijos de la nada y la barbarie”.

     Pero con la rotunda intención de hacer que el lector comprenda que el goce esencial de la vida puede hallarse también  entre las cosas más pequeñas, entre los escenarios más humildes, García Cerdán  batalla, a su vez, por ofrecer un universo donde anide cierta esperanza, cierto consuelo: “Bebes el agua clara de la fuente./ A su cauce te entregas,/ con el río te vas/ con su limpia ambición/ depurada de la roca (…) La eternidad no es otra cosa/ que este momento dulce/ de placer en que pierdes el sentido”.

     Mediante un discurso de alta condensación lingüística -que ayuda a escuchar los silencios que anidan en la intimidad del poeta- y unido a un verso vigoroso, torrencial y directo, el conjunto es un himno lírico donde prima la “entrega/ y disciplina/ y soledad” de un escritor valiente y emotivo, visceral y balsámico: “Acuérdate del sur y de los años felices/ cuando tengas miedo. Acuérdate/ de las cosas hermosas que has vivido,/ de la clara paciencia de los árboles”.

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