Con el aval del premio “Stella Maris” de Biografía Histórica, seha editado, “Rosas de plomo”, de Jesús Cotta, un brillante ensayo que rastrea las evidencias de la relación entre Lorca y José Antonio y las complejas y comunes circunstancias que marcaron su secreta amistad y la cruel muerte de ambos.
A Jesús Cotta, malagueño del 67 -profesor de filosofía en un Instituto sevillano, y con cuatro ensayos, una novela y dos poemariosen su haber-, le ha costado cinco años de intenso trabajo el poder vertebrar una obra que,aun sus cuatrocientas páginas, se lee con manifiesto interés: la agilidad de su prosa, el detallado y preciso manejo de la documentación recopilada y cuanto el lector va descubriendo a medida que el relato avanza, convierten el conjunto en un espléndido volumen.
“Los azules mataron a un cristiano patriota como ellos, y los rojos mataron a un revolucionario antimarxista como ellos. Los bandos enemigos mataron a dos amigos en nombre de ideologías que hoy siguen negando la posibilidad de esa amistad. Los testimonios que de ella dan fe son escasos y sorprendentes, pero arrojan sobre ambos una nueva luz que los limpia de etiquetas y suciedades políticas", escribe Cotta en su introducción.
El escritor malacitano, que ha dividido el libro en cuatro apartados, “La mecánica de los azules”, “Rosa y espada”, Ángel y Duende. Eros y Dios” y “El encendedor de Federico y el abrigo de José Antonio”, presenta la figura de un político que en privado manifestaba su amor por la poesía y la belleza, que dejaba traslucir su carácter inteligente y privilegiado, y que quiso ser más “idealista que ideólogo”.
Para Federico, que se movía con sobrada solvencia y reconocida admiración entre actores, escritores e intelectuales, la figura de José Antonio le resultó en principio poco interesante y rechazó sin escrúpulos cualquier acercamiento quien se paseaba entre ministros, aristócratas y militares….
Sin embargo, a la larga, aquellos hombres coincidían en “despreciar la vulgaridady la zafiedad, viniera del rico o del pobre, porque el verdadero mal para ellos estaba en el corazón, no en el bolsillo”.
En 1934, se produjo en Salamanca el primer encuentro fortuito entre ambos. En la última gira estival de La Barraca -financiada gracias a la desinteresada intervención de José Antonio-, y mientras la compañía comía en un restaurante, un camarero le acercó al poetauna nota firmada por el político: “Federico, ¿no crees que con tus manos azules y nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?”. Aquello, no era sino el prólogo al firme compromiso de dos supuestos enemigos, que, al cabo, pretendían luchar en paz, “para avanzar en la prosperidad de todos sin renunciar a lo que los españoles eran y sentían”.
De la amistad entre ambos, quedan, a juicio del autor, dos testimonios fundamentales: el de Gabriel Celaya,quien confesara que el propio Lorca le contó ser amigo de José Antonio; y el de Luis Rosales, que se lo relató a Ian Gibson en una entrevista privada que el historiador tuvo la prudencia de grabar.
De ambas-además de otras declaraciones, documentos y jugosas investigaciones-, dan cuenta estas florecientes y amenas rosas de plomo, que acabaron marchitándose a causa de la negra muerte entre agosto y noviembre de 1936: “Esa muerte los ha asemejado más que la vida, pues murieron jóvenes, como los amados de los dioses, a balazos y calumnias”.
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