Matrícula de deshonor

Con la conciencia llena de talones

La guerra de las fábricas en Huelva sigue siendo uno de los prioritarios problemas a los que los onubenses se siguen enfrentando cada día

La guerra de las fábricas en Huelva sigue siendo uno de los prioritarios problemas a los que los onubenses se siguen enfrentando cada día sin que exista un posible resultado esclarecedor en un futuro cercano, a pesar de las evidencias constantes que podemos percibir a través de todos nuestros sentidos.

Hablar de las fábricas en esta ciudad es entrar en un debate con infinidad de ramificaciones que acaban por perderse en porcentajes, informes y comparaciones, etc., que se confrontan en los diferentes bandos y acaban siempre ‘difuminados en el aire’ por intereses creados, y perdidos en cualquier cajón de cualquier despacho o a través de las redes. Las distintas premisas con las que se parten para eliminar la grotesca visión del entramado de hierro y vapor que decora parte de la periferia de Huelva son rebatidas de forma tan absurda, que cada argumento debe estar bordado con letras de oro, y su peso, no es precisamente del que cae. “Las fábricas no contaminan”. ¿Cómo es posible que alguien en su sano juicio y sin ningún tipo de interés pueda emitir esta afirmación y defenderla ante miles de ciudadanos que cada día, de una forma o de otra, tenemos que “tragarnos” las miserias que nos dejan? Estos gigantes distan mucho de ser molinos, y somos demasiados los que percibimos el peligro para que nos tachen a todos de locos. Estos ‘sepulcros blanqueados’ se huelen día sí y día no, creando un alarmismo innecesario, sin entrar en su toxicidad, para evitar que me aplasten con más porcentajes e informes. No conozco a ningún onubense que no tenga relación con alguien que no haya padecido algún tipo de cáncer, pero son otros muchos factores los que intervienen en este ‘bulo’ que nos hemos montado. El miedo a la contaminación es sólo el alarmismo de una ciudad inculta e ingrata, que no valora todo lo que las fábricas han hecho por esta desagradecida ciudad, que por cierto, siguen siendo una de las que tienen la tasa de paro más alta de España y que no puede cambiar su modelo de ciudad por el puro y limpio aire que tan libremente nos regala.

De los fosfoyesos ya no queda mucho que decir, es inadmisible que se esté discutiendo sobre algo que ha salido de procesos químicos, no tiene ningún sentido. La avenida Montenegro es la cara amarga de una ciudad dormida, con la conciencia llena de talones, que algún día debería despertar. Obviando lo evidente, dejando por un instante el cáncer, los olores, la contaminación de la Ría, el miedo a no despertar... Obviando todo eso y más, la imagen que vemos cada día de las benditas fábricas nos limita como ciudad y nos condena a depender de ellas. Huelva es mucho más.

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