Lecturas

El lunes del pescaíto mi primo Antonio, entre copas de vino y calamares fritos, me recomendó un libro: El sanador de Caballos, de Gonzalo Giner...

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El lunes del pescaíto mi primo Antonio, entre copas de vino y calamares fritos,  me recomendó un libro: El sanador de Caballos, de Gonzalo Giner. Trata de la formación de un albéitar, o sanador de caballos, conocido hoy como veterinario, en la iberia del año 1.200, que aun no era siquiera España. No esperen ustedes un Cien años de soledad de García Márquez, ni un Camino de Delibes. Se trata más bien de literatura de evasión como Los pilares de la tierra o El Código da Vinci, pero perfecto para pasar un buen rato de lectura tranquila. Muchas gracias por la recomendación, primo.

Y es que lo de la lectura es un vicio muy aconsejable. Yo empecé con la colección completa de El Coyote que me regaló mi padre y que hoy tiene mi hijo: más de 180 libritos de aventuras en la baja California española, oiga usted, en los que Don Cesar de Echagüe se ponía su antifaz, cogía sus dos Colt del 45 y la liaba parda cada vez que podía. Aun recuerdo perfectamente el lema de la familia de los Echagüe: “De honor siempre hizo alarde la casa de los Echagüe”. Porque uno coge un libro y, como por arte de magia, se traslada a lugares, vidas, momentos y circunstancias que, de otra manera, resultarían imposibles. Así me ocurrió, poco después, con unos fulanos con apellidos tales como Verne, Salgari, Conan Doyle, Walter Scott, Defoe, Dumas… igual defendías el honor de la reina de Francia frente al malvado cardenal Richelieu, que naufragabas en una isla desierta, te convertías en vengador Conde de Montecristo o te hartabas de tirar flechas a todo lo que se meneara en el bosque de Sherwood. El problema, si es que se puede llamar así, es que lo de la lectura es altamente adictivo y hasta crea cultura (lo que a veces resulta poco recomendable para algunos), porque, por ejemplo, no es lo mismo hablar de historia reciente de España con quien se ha leído los Episodios nacionales de Pérez Galdós que con quien no lo ha hecho. Yo tengo la suerte de pasar navegado con cierta frecuencia frente a cabo Trafalgar y puedo asegurar que siempre que lo hago creo ver barcos de guerra con gallardetes franceses, ingleses y españoles e incluso huelo a pólvora. Y como leas Trafalgar de Pérez-Reverte es que hasta te manchas de sangre como metas una mano en el agua, que si el Coyote la liaba parda por aquella California, cuando a don Arturo se le refleja el acero en los ojos hay que estar fino para no llevarse alguna que otra estocada.

Pues si, grandes momentos de mi vida los he pasado leyendo, y espero pasar muchos mas. Y se me derrite el alma cuando entro por la noche a dar un beso a mis hijos (11 maravillosos añitos los dos mayores) y los encuentro con un libro en las manos. Y no tendré tiempo en la vida de dar las gracias a mi padre por regalarme esa colección de El Coyote y otros muchos libros que vinieron después, ni a mi madre por sus novelas históricas. Y por eso a usted, que ahora me está leyendo, le recomiendo que no pierda este hábito; pero cuidado, que es adictivo. Y hasta crea cultura.

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