“Viajar es la única cosa que compras que te hace más rico”. Las empresas del sector turístico utilizan esta cita de forma recurrente para vender sus productos. Y, en parte, tienen razón: pocas actividades son más enriquecedoras que conocer nuevas personas y lugares, nuevas perspectivas y culturas diferentes a la propia. Sin embargo, el modelo de turismo actual es incoherente, en tanto que genera dinámicas homogeneizadoras en los destinos, destruyendo la singularidad que busca.
El concepto de “turistización” hace referencia a las consecuencias negativas que se derivan de este tipo de turismo intensivo, depredador e insostenible. Su uso se ha generalizado en los últimos años, especialmente en ciudades mediterráneas donde la respuesta a la crisis económica ha sido la intensificación de las estrategias de marketing urbano para la atracción de visitantes y capitales.
El contexto internacional ha ayudado también, destacando la proliferación de las empresas P2P como Airbnb en el caso del alojamiento turístico. El resultado ha sido el incremento del número de turistas y su actividad asociada: bares y restaurantes, con sus terrazas, que se especializan en el cliente extranjero; tours a pie, en bicicleta o autobús; viviendas para uso turístico, etc. Los cambios en el volumen y el tipo de turismo que se desarrolla en la ciudad llevan aparejados una expansión del fenómeno.
En el caso de Sevilla, desde principios del siglo XX el turismo urbano se ha concentrado en el cuadrante sur del centro histórico, alrededor del barrio de Santa Cruz. La Exposición de 1992 significó un primer intento de redistribución de la oferta turística hacia otras zonas, al igual que el Metropol Parasol. En la actualidad, el Ayuntamiento ha declarado su interés por repartir el turismo por la ciudad, y así el Delegado de Hábitat Urbano expresó hace unos días la voluntad de extenderlo hacia zonas de Sevilla como Triana o el casco norte. La reciente señalización turística en nuestros barrios responde a esa estrategia de desconcentración.
Ahora bien, el Ayuntamiento improvisa sin haber evaluado las consecuencias de tal estrategia. La turistización de nuestros barrios está provocando un aumento de la especulación, reflejada en los precios de la vivienda y muy en especial en el de los alquileres. De hecho, la oferta de viviendas para el vecindario se reduce mientras crecen los pisos turísticos.
La proliferación de establecimientos hosteleros abona el monocultivo de bares y restaurantes, generando problemas de salud pública y conflictos por el disfrute de los espacios comunes. Y ambos contribuyen a precarizar aún más las condiciones laborales en el sector, además de incrementar las desigualdades puesto que gran parte de las personas empleadas son mujeres.
La turistización se apropia de las plusvalías urbanas, tanto las que se miden en euros como las que no. Las relaciones cotidianas, las formas de hacer y de habitar de las gentes que pueblan los barrios se mercantilizan para el consumo turístico. Un ejemplo claro es el mercado de la calle Feria, donde el comercio de proximidad se ha visto sustituido por un bar “gourmet” que aprovecha equipamientos públicos, servicios municipales y edificios históricos para obtener beneficios privados. La turistización supone una ruptura de la convivencia, una asimetría en la ciudad entendida como espacio de residencia y sociabilidad.
En el reciente Encuentro sobre Turistización, Resistencias y Alternativas (ENTRA) se han analizado estos fenómenos y se han expuesto las estrategias que diversos movimientos sociales están utilizando para oponerse a esos procesos. Estas jornadas han servido para intercambiar sentimientos, ideas y experiencias entre colectivos de Sevilla y otros llegados desde Barcelona, Donosti, Granada, Madrid, Málaga o Palma de Mallorca. Y la primera conclusión de ese encuentro ha sido que si la turistización es un fenómeno global, sus respuestas también deben serlo; por lo que es precisa una colaboración efectiva entre todos los que defendemos el derecho a la ciudad.
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