Asistimos estos días a una gran campaña del partido que gobierna, desde su creación, la Junta de Andalucía para difundir un relato que es una falsificación de lo que fue y significó el 28 de febrero. Si ya sabemos que la historia suelen escribirla los vencedores, o quienes están a su servicio, lo que estamos oyendo o leyendo es más de lo que podríamos esperar en una situación democrática (aunque sea en una democracia de muy baja intensidad como la que tenemos).
La campaña la encabeza la propia presidenta de la Junta, que no tiene ningún pudor por hacerlo no como secretaria general, aquí, de su partido o “baronesa” con pretensión de líder máximo, sino “en nombre” de Andalucía, pretendiendo representar, sin más, a nuestro pueblo encarnando, a la vez, el andalucismo y el más españolismo más ultranacionalista.
¿Por qué afirmamos que se falsea la realidad histórica? En primer lugar, porque en ningún momento se contextualiza el 28 de Febrero de 1980, día del referéndum para conseguir el derecho al pleno autogobierno, dentro del proceso que abrió el 4 de Diciembre de 1977 en las calles, continuó con el Pacto de Antequera entre once partidos políticos un año después, protagonizaron los ayuntamientos tras las primeras elecciones municipales después de la dictadura, se reactivó en las grandes manifestaciones del 2 de diciembre del 79 exigiendo la convocatoria a la que se resistía el gobierno central y culminó en una campaña previa al referéndum que fue un embravecido mar blanquiverde en todos nuestros pueblos y barrios, desbordando a los partidos políticos.
En segundo lugar, y más importante, porque se afirma que lo que defendimos los andaluces y andaluzas aquellos años, y en concreto en el referéndum, fue “que no hubiera autonomías de primera y de segunda”: que todas las comunidades autónomas “fueran iguales” (La Rioja igual que Cataluña, Madrid región (?) igual que Andalucía…; las naciones o nacionalidades históricas a un mismo nivel, en cuanto a derechos colectivos, que provincias con muy escasa o ninguna identidad convertidas en “autonomías”).
Se nos dice que Andalucía encabezó la lucha por la “unidad” de España. Todo falso. La propia Constitución del 78, tan venerada por los partidos dinásticos (PSOE, PP, en gran medida PCE, en los primeros tiempos UCD, ahora Ciudadanos), además de contener artículos que son una herencia directa del franquismo, contiene la distinción entre dos categorías: la primera integrada por las tres comunidades que habían aprobado sus estatutos de autonomía bajo la legalidad de la segunda República (Cataluña, País Vasco y Galicia), que serían las únicas nacionalidades, y la segunda formada por el resto, que serían las regiones.
Y contra esto sí nos rebelamos, considerando que Andalucía, por su identidad histórica, su identidad cultural y su identidad política tenía también pleno derecho, “como la que más”, a pertenecer a la primera división.
Y efectivamente, a pesar de las condiciones prácticamente imposibles que la propia Constitución nos imponía, a pesar de los vergonzosos obstáculos que fueron puestos en nuestro camino, a pesar de una pregunta ininteligible, de que muchos muertos se contabilizaron como contrarios al Sí y muchos vivos no consiguieron votar, y de la oposición frontal del gobierno central y la pasividad de algunos partidos, el pueblo andaluz, unido como jamás lo ha estado en su historia contemporánea, consiguió ganar.
Consiguió, incluso, que “por interés nacional”, utilizando un recoveco legal, las Cortes Generales acordaran que también habíamos ganado en la provincia de Almería, donde en realidad perdimos, por temor a un estallido político si decretaban que no habíamos vencido. Nada de esto tuvo que ver con la unidad o no de España, con que otras comunidades se quedaran en segunda o pudieran seguir nuestro ejemplo…
Andalucía lucho por sí y, por una vez, para Sí. Ni luchó “por todos”, ni luchó “por España”. Eso es un invento posterior que falsea la realidad por intereses ideológicos y/o partidistas. Y no es casualidad que las mentiras vuelvan a activarse ahora en que vuelven a estar sobre la mesa las dos visiones contrapuestas: la de “España una y grande”, y, cuando más, diversa en tradiciones folklóricas, y la de un Estado español plurinacional, compuesto por pueblos-naciones con capacidad para decidir por sí mismos los instrumentos de autogobierno con los que dotarse y las relaciones mediante las que convivir.
Hasta la transición política, las derechas, y aún más los fascistas, defendían el primer modelo y las fuerzas de izquierdas, con mayor o menor rotundidad, el segundo. Desde que PSOE y PCE renunciaron a este y a varios otros postulados a cambio de ser admitidos en la partitocracia de la Segunda Restauración Borbónica, se apuntaron ellos también al nacionalismo españolista. Ellos sabrán, pero, por favor, no utilicen a Andalucía y a nuestro símbolos para ese empeño. Y no falseen la historia, que está muy feo.
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