De allí soy

Acabamos de celebrar el Día de Andalucía, y viendo lo visto me sobra la primera persona del plural al conjugar el verbo acabar...

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Acabamos de celebrar el Día de Andalucía, y viendo lo visto me sobra la primera persona del plural al conjugar el verbo acabar. Cada 28F que pasa me reafirmo en que el arranque de este artículo sería más acertado si utilizara la tercera persona del plural (“Acaban de celebrar”), porque así reflejaría mejor mi sensación de que es una celebración ajena al pueblo andaluz, cada vez más institucional y menos popular, más de despachos y protocolos que de calles, balcones y gargantas.

Resulta llamativo que cuando existen más razones para reivindicar la dignidad de los andaluces y la autonomía de Andalucía como patria común para la convivencia y la justicia social, precisamente el pueblo se muestre tan indiferente ante los fastos sobreactuados en los que las instituciones quieren obligarlo a participar.

Este desapego ciudadano es ignorado por el poder, que en los últimos tiempos ha recrudecido su hedonismo innato y ya solo se preocupa por conservarse a sí mismo. Este poder cree que si celebra el Día de Andalucía de una manera estética, sin más ética ni trasfondo que unos eslóganes chauvinistas y la entrega de unas medallas, el trámite está salvado y los ciudadanos volverán a sus problemas diarios con la inyección de orgullo de ser andaluces para soportar la cruz del silencio que siempre soportó como pueblo. Ese es el andaluz que quieren, un andaluz cómodo para el poder, que se conforme con agitar la banderita cada 28F y la guarde en el cajón el resto del año. A los de unos y otros partidos, a los de una y otra trinchera, a los que gobiernan y a los que se mueren por gobernar, como canta Serrat, cansa verlos fanfarronear a ver quien es el que la tiene más grande en eso de ser andaluz, cifrando la esencia de su andalucismo en los golpes de pecho aquí en el Sur y en el rabo entre las piernas cuando pisan suelo pasado Despeñaperros. Y es que Andalucía tiene colesterol de andaluces de boquilla, que se multiplican cuando olfatean unas elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina. 

Me aburre este patriotismo miope y el manoseo impúdico de los viejos mitos que aletean en el Génesis de la autonomía de Andalucía, los traen y los llevan a su antojo, sin respeto alguno por lo que representaron para millones de andaluces. Tiran de la bandera para llevársela a su parcela hasta que la tela, raída a fuerza de injusticias y mentiras, se raja; cada uno pretende que Andalucía sea ese cacho que se ha quedado arrugado, empequeñecido e irreconocible en su puño cerrado. Con la blanca y verde limpian los suelos que otros ensucian y quitan la mugre que afea a esta tierra, y luego la izan al viento pretendiendo que el pueblo se enorgullezca de un miserable trapo que han arrastrado por el polvo.

Andalucía no necesita bandera, eso la ata y la deja a merced de quienes quieren aprovecharse de ella. Este Sur del Sur nació con bandera propia, la luz, que iza a su voluntad como en estos días de primavera adelantada. Es una bandera popular, a todos pertenece, nadie es su dueño; es una bandera justa, ondea para todos sin distinción de clases ni bandos. Es una bandera milenaria, bajo ella han visto amanecer los días fenicios, romanos, musulmanes, judíos, cristianos y hombres y mujeres de toda condición; con ella han amortajado los cuerpos de andaluces de distintas civilizaciones, y ella ha sido la primera caricia para los recién nacidos del Sur. Es una bandera luminosa que nos ampara, envidiada por los hijos del Norte umbroso, buscada por viajeros lejanos ansiosos de experimentar su sortilegio. Es una bandera que une, jamás separa, tan de todos que a todos se da. Su nombre incluso remata el gentilicio de su gente, andaluz.

Esa es mi patria, la que enarbola esta bandera, la luz. No tengo otra ni quiero ninguna que puedan despedazar los carroñeros que buscan entre los despojos de Andalucía. Es una patria sin fronteras ni circunscripciones electorales, su himno huele a tierra recién llovida y no tiene más escudo que un azul infinito que invita a ser libre. De allí soy, porque solo allí me siento inmortal.

Mi patria no es otra que esa luz a la que nací y a la que algún día espero regresar. Soy del Sur del Sur, soy de la luz… si quieren, llamen a eso ser andaluz.

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