La escritura perpetua

La vieja zarzuela

La propuesta subraya el humor existente en la obra. Sin esa vis cómica, todo se desvanecería

Federico Chueca subtituló 'Agua, azucarillos y aguardiente' como 'Pasillo veraniego en un acto'. Esa ocurrencia describe la modestia con la que el propio maestro Chueca concibió en principio su obra. Pero todo se desbordó la noche del estreno, el 23 de junio de 1897 en el Teatro Apolo de Madrid. Esta zarzuela causó tanto entusiasmo entre el público y fue tal su éxito que la gente sacó a hombros a Chueca del teatro y así lo llevaron hasta su casa, como si se tratase de un torero.
     A Óscar Cabañas, director de la compañía Ditirámbak, que ha repuesto 'Agua, azucarillos y aguardiente' en el Teatro Victoria de Madrid, no lo sacaron el domingo a hombros tras la función -tal vez afortunadamente para él, hubiera extrañado mucho verlo de esa guisa calle Pez arriba, entre los jóvenes de los bares y los vecinos castizos de la zona-, pero el montaje fue acogido calurosamente y con compases de palmas en algunos momentos de la representación por el público que llenaba la sala. 'Agua...' es un sainete, sin excesivas pretensiones, con una música pegadiza que ha sobrevivido al paso del tiempo, y un libreto con gracia escrito en su día por Miguel Ramos Carrión. Una obra coral, llena de pícaros en un Madrid que obligaba a sus vecinos a idear cómo sobrevivir cada día. Eso ocurría hace más de un siglo y vuelve a pasar en muchos casos ahora. Pero ya sin esas chulapas que despachaban el aguardiente exhibiendo escotazo. Aquellas penurias quedan resumidas en el inicio de esta seguidiya de 'Aguas...': “Tanto vestido nuevo, tanta parola y el puchero en la lumbre con agua sola”.
     Todo ese casticismo de organillo lo refleja perfectamente el montaje elaborado por Óscar Cabañas. Que incide en una cuestión fundamental para mantener actualmente en pie 'Agua, azucarillos y aguardiente': la vis cómica. La propuesta subraya el humor existente en la obra. Sin esa vis cómica, todo se desvanecería. Pero queda en pie. Muy en pie. Con las buenas voces, además, con las que se interpretan los números musicales. Y el acertado trabajo de todo el elenco. Especialmente de María Jesús Sevilla, que pone azúcar, belleza y la suficiente dosis de agua a su papel de poetisa mala y joven casadera guapa sin suerte. Y del propio Óscar Cabañas, en su personaje de torerillo reconvertido en un sablista chulo pero de buen corazón. O ese Don Aquilino, casero avaro y prestamista, pero gracioso.
     Una función amable, suave y divertida. Que además arranca con un número muy andaluz. Y que sostiene la vieja tradición de la zarzuela. No es poco. Tal como éramos. Tal como somos.

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