La escritura perpetua

Abucheo a la Reina

Por eso, a Don Felipe, para reinar, no le resultará suficiente con tener una conducta ejemplar. Deberá ganarse el trono, demostrar que su figura es necesaria para España

La Reina sufrió un abucheo hace unos días en el Auditorio Nacional de Madrid, donde acudió a un concierto. Los silbidos se prolongaron hasta que alguien gritó “¡Viva Beethoven!”, y entonces empezó la música. Doña Sofía acudió acompañada por el ministro Wert, del que alguien ha escrito que es lo más parecido a un personaje diseñado por ordenador. José Ignacio Wert hablaba en su día en las tertulias radiofónicas de sofemasas y estadísticas con ese tono frío y neutro que propician los números, hasta que Rajoy lo nombró ministro de Educación, y desde entonces parece que decidió aplicar a la vida la máxima de Bernard Shaw, que dijo que su educación terminó el día que fue al colegio.
     Desde La Zarzuela se insiste en que los silbidos contra la Familia Real son “una reacción de la calle contra el poder, no contra la Monarquía”, es decir, que se abronca a Doña Sofía o a los Príncipes porque el malestar por la crisis económica e institucional lleva a la gente a descargar su enfado contra la primera autoridad que se le presenta.
     Pero ese razonamiento, con parte de razón, no resulta completo. La sociedad reclama actualmente a la Monarquía que haga cosas, que actúe. Ya no basta la presencia de la Reina en un acto cultural, aunque siempre se haya distinguido por ser una gran defensora y promotora de la música. La imagen de la Monarquía está seriamente desgastada por el ‘caso Urdangarín’ o el viaje de Don Juan Carlos a Botsuana.
     Por eso, a Don Felipe, para reinar, no le resultará suficiente con tener una conducta ejemplar. Deberá ganarse el trono, demostrar que su figura es necesaria para España. Los ciudadanos padecen ya cinco años de recortes, de subidas de impuestos, de desesperanza, en un país que presenta un 27% de desempleo. No resulta suficiente, pues, con un Príncipe alto y sonriente, honradísimo aunque en un contexto oscuro, entregado a sus tareas de representación. Quedó atrás la época en la que emocionaba a  la gente saludando a su familia con un sombrero blanco desde una pista de atletismo como abanderado de la delegación española en unos Juegos Olímpicos. El Príncipe deberá desplegar una actividad ejecutiva, dentro de los parámetros que marca la Constitución. Ser útil. Porque la Monarquía no puede vivir eternamente de la acción desplegada por el Rey en una remota noche de febrero de 1981 en la que libró a España del ‘sesientencoño’.

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