Opiniones de un payaso

Roma

“Si hay una nación que siente pasión por el arte más que ninguna otra, esa es, sin lugar, a dudas, la italiana. Y no es de extrañar. Se da uno cuenta al visitar este país y ver cómo su gente, tenga o no mucha idea de historia, presume de pasado y manifiesta su veneración no tanto por lo sagrado...

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“Si hay una nación que siente pasión por el arte más que ninguna otra, esa es, sin lugar, a dudas, la italiana. Y no es de extrañar. Se da uno cuenta  al visitar este país y ver cómo su gente, tenga o no mucha idea de historia, presume de pasado y manifiesta su veneración no tanto por lo sagrado como por lo bello, desde la convicción tal vez de que no hay cosa más sagrada que la belleza misma, Dante dixit. De casta le viene al galgo y a los italianos, también, que algo, aunque no precisamente el sentido de lo pragmático, conservarán, supongo que no sólo por puro atavismo, del espíritu de sus antepasados más ilustres. Aquellos romanos que hace dos mil años desde una minúscula posición en la pequeña bota de la península itálica fueron capaces de extender sus dominios por Europa, el norte de África y parte de Asia y al mismo tiempo respetar y asimilar la cultura de los pueblos que conquistaban, convirtiéndose en forjadores de la civilización más influyente que ha conocido la humanidad hasta la fecha”.
Esto escribía yo la primera vez que visité la llamada Ciudad Eterna y ahora que he vuelto a estar allí me reitero.
En Italia y no en otra parte podían tener su origen Botticelli, Da Vinci, Michelangelo y el Renacimiento, y por todo ello, y por los vestigios que desde los tiempos de la Eneida de Virgilio hasta hoy perduran, es por lo que al recorrer su capital se queda uno fascinado, tal y como quedaría si recorriera muchas otras localidades de su geografía peninsular y de la insular. Mayor concentración de grandeza histórica, riqueza artística y nobleza es imposible hallarla en otro rincón del orbe. El centro del mundo cristiano, como lo fuera del pagano en la antigüedad llamada clásica. Y, sin embargo, con eso no estaría todo dicho de esta gran Urbs, si, amén del sinfín de maravillas arquitectónicas, pictóricas y escultóricas y restos de ruinas que un día lo fueron, tales como el Coliseo o los foros imperiales, no se hiciera mención expresa de la Basílica de San Pedro, el Museo Vaticano o las iglesias de Santa María La Mayor, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y San Lorenzo Extramuros, entre otras.
Hace casi dos lustros cumplía yo con un sueño que albergaba desde niño y la semana pasada tenía la suerte de revivirlo porque viajé de nuevo allá, mejor acompañado que nunca, para volver a deleitarme viendo mucho de lo que ya había visto y mucho de lo que me quedaba por ver, después de haber estado durante los últimos cuatro años preparando un libro cuyo lanzamiento está previsto para este 2015 y que precisamente tiene como escenario la patria de los césares y como protagonista un destacado personaje de origen gaditano no muy conocido del gran público.
Por aquel entonces no me traje yo copia de los Caravaggios de la iglesia de Santa María en la Piazza di Popolo, que tanto me impactaron y conmovieron, pero sí un retrato de la Loren, tan bella o más bella aún –cosi bella o più bella ancora, diríase en la lengua de Petrarca y Boccaccio– que la propia Roma. Esta vez, sin embargo, aparte de un montón de souvenirs nada importantes, solo me he traído un valioso cúmulo de impresiones, emociones y afectos.

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