Opiniones de un payaso

Europa, poco más que una ilusión

No me gusta la Europa que estamos construyendo. Y lamento mucho decirlo porque he sido entusiasta del proyecto y firme defensor de avanzar hacia la unión política de los estados del Viejo Continente. Opinión ésta que he expresado en numerosas ocasiones...

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No me gusta la Europa que estamos construyendo. No me gusta en absoluto. Y lamento mucho decirlo porque he sido entusiasta del proyecto y firme defensor de avanzar hacia la unión política de los estados del Viejo Continente como en su día soñaron los padres promotores de lo que hoy es la UE. Opinión ésta que he expresado en numerosas ocasiones.
Hasta no hace mucho un servidor pensaba que los obstáculos que en la última década han entorpecido y ralentizado el proceso de construcción europea acabarían por superarse. Pecando tal vez de un optimismo demasiado ingenuo. Lo pensaba incluso cuando nos encontrábamos en la fase álgida de esta crisis de la que aún no hemos salido y peligraba, o eso parecía, la viabilidad del euro. Aunque bien es verdad que no con la misma convicción que lo creía cuando la idea de unos Estados Unidos Europeos pasaba por sus mejores momentos.
Como venía temiéndome desde hace algo más de dos años, a tenor de lo que ha venido ocurriendo y lo que parece que va a ocurrir, he de admitir que estaba equivocado. Las dificultades económicas del último lustro, nadie puede discutirlo, han contribuido a alimentar el euroescepticismo. Pero cada día que pasa empiezo a tener más claro que, en realidad, el proyecto no ha dejado de tambalearse desde que se emprendió porque lo que fallan son sus cimientos. Es decir, el hecho de que el edificio se haya levantado sobre la base de un mercantilismo puro y duro por encima de otros criterios y valores. Dándose por sentado que dicho mercantilismo no sería óbice, sino todo lo contrario, para logros mayores de calado político, social, cultural e identitario. Aunque tal cosa no ha sucedido. Con lo que no me queda otra que otorgar la razón, una vez más, a quienes no se han cansado de denunciar semejante defecto de concepción y aún continúan denunciándolo.
El diseño de la moneda única y las medidas para combatir la recesión tampoco han ayudado en la integración. Sin duda, por un motivo ya más que evidente: la integración precisamente es lo que menos importa. O, mejor dicho, sólo importa lo justo e indispensable siempre y cuando sirva a quienes ponen, manejan y juegan con la pasta. No se salva Grecia por el bien de los griegos, ni Portugal, por el bien de los portugueses. Se rescatan uno y otro país para garantizar que los inversores que hicieron su gran negocio mientras financiaban al estado griego y al estado portugués cobren en tiempo y forma lo que se les debe más los correspondientes intereses. E ídem de Lo mismo se puede afirmar respecto de los rescates de Chipre e Irlanda o el rescate del sistema financiero español.
Esta semana hemos sabido que el gobierno de Alemania contempla limitar a seis meses como máximo –siguiendo el ejemplo de Bélgica– la permanencia de inmigrantes sin trabajo en su territorio procedan de donde procedan. A mi juicio, todo un atentado contra el derecho de ciudadanía, inadmisible desde el punto de vista democrático, contravenga o no la legislación comunitaria. Y otra forma más de fomentar los movimientos ultranacionalistas y xenófobos, que no dejan de crecer y ganar adeptos en algunos países.
Así que, en circunstancias tales, no es de extrañar que haya quien diga que el objetivo de una Europa unida sólo puede considerarse poco más que una ilusión.

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