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Notas de un lector

El interior de la piel

Es este el bautismo poético de de Inés Belmonte Amorós y en su propuesta sobresalen imágenes turbadoras, neorrealistas

Publicado: 30/04/2024 ·
11:01
· Actualizado: 30/04/2024 · 11:01
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Es sabido que no hay una limitación del significado a la hora de interpretar un discurso lírico. Fue J. Lyons quien incidió en que una lengua se compone de palabras, sintagmas y oraciones y que las múltiples formas en que se dispongan puedeninvertir su semántica. Así que, al par de los componentes comunicativos que lo integren, un texto llegará a ser una materia extensible para cada receptor, mas nunca algo unitario o invariable.

La lectura de “Mudanzas” (Eolas Ediciones. León, 2023), de Inés Belmonte Amorós (1993, Murcia), sumerge al lector en esa citada mutabilidad desde la que los signos intensifican su concentración expresiva y dotan al conjunto de un entendimiento que va más allá de lo puramente verbal.

Es este el bautismo poético de la autora y, en su propuesta, sobresalen imágenes turbadoras, neorrealistas, que parecen reforzarse desde un asombro que no deja lugar al estatismo: “Un pantano luminoso, una negrura celeste, una rima blanca, dos trozos de párpado arañados (…) Y un vacío más allá con la memoria del salto, las cartas, las cartas…”.

Dividido en dos apartados, “La casa es un vestigio” y “La casa es una llaga”, pareciera hallarseun hilo susceptible de definición: el del hogar como arrebato de cobijo y huida, como genealogía de amor y desdicha. Porque entre sus paredes se nacen las imágenes invertidas de un tiempo de sólitas controversias, de razonadas renuncias, de antiguas deudas, por las que se desliza, además, un río de vida nómada: “La casa es un vestido que me queda demasiado holgado. Evito mirar el vacío suspendido entre el interior del tejido y la piel de los brazos, adivino un pálpito violáceo, un pequeño remiendo, quizá la casa. Es una piel que una vez fue firme”.

La prosa poética de Inés Belmonte Amorós late, aletea, alienta una apertura a todo aquello que entiende su condición sucesiva, trascendente. En su empírico imaginario, su voz quiere ser fragmento desplegado de una conciencia no finita, capaz de develar contenidos ocultos en su propio ser, en la súbita edad que va disolviendo lo que una vez fuera sano ayer: “Siento el dolor y busco la parábola. Noto una quemazón que va cociéndose lentamente y que a veces se desborda en pequeños charquitos de sangre”.

Desde ese lado más oscuro si cromático, su gesto y su palabra van creciéndose en pos de un espacio donde hallar una merecida tregua, un pedazo de posible esperanza: “Tu vida es de este modo: vives, vives, vives, vives, y de pronto caes a un valle blanco como luz del mediodía”.

Dejó anotado el escritor italo-suizo Hans Grapp, que “en cada casa hay una razón concreta para la abtsracción”. Esta morada que Inés Belmonte Amorós nos abre de par en par, tiene, entre sus esquinas, restos denaufragios, señales de rescates, huellas de cicatrices, marcas de soledad. Y, todo ello, alzado y pronunciado de manera personalísima, humana, como el vuelo de la ropa tendido en las ventanas del corazón, “donde se escucha el eco más hermoso”.

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