Está Europa tan preocupada de mirarse el ombligo, tan pendiente de cómo cotiza el dólar, el barril de Brent, el índice Nikkei y de si finalmente Grecia pondrá en marcha las reformas que todos los países occidentales (como eufemismo de aquellos que se encuentran en mejor situación que ellos) piden, que tiene olvidado el que quizá sea ya el mayor problema que soporta: la situación que atraviesa el continente vecino, África. El naufragio en la noche del sábado, otra vez en Lampedusa, que ha costado la vida a más de 600 personas, no es que ponga de manifiesto el fracaso de las políticas de la Unión Europea sobre inmigración, una situación que han denunciado tanto las ONG, como los gobiernos de Malta, Italia y España, sino que simplemente no existen. Y precisamente en España, en Andalucía, sabemos muy bien de lo que hablamos, porque las aguas del Estrecho y de la Costa Tropical llevan años tragándose la vida de quienes no buscan otra cosa que sobrevivir, mucho más ahora, cuando la situación política en gran parte del continente africano, con la escalada del Estado Islámico, tiene condenados al destierro a miles de ciudadanos cuyas vidas corren peligro simplemente por no alinearse con las doctrinas fundamentalistas de esta sangrienta corriente. Ya no se busca en Europa una vida mejor y una oportunidad laboral; ahora, simplemente, se busca no ver cómo familias enteras acaban en cunetas y fosas comunes. ¿Nos suena, no?
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