Berlín 1936: El japonés que nunca existió

A Sohn Kee-chun le cambiaron el nombre por otro japonés, Son Kitei, y con ese nombre acudió a los JJOO de Berlín representado a un país que no era el suyo para participar en la prueba reina, la maratón. Y ganó.

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Berlín, 1936. En una afirmación aparentemente excesiva el gran Francisco Umbral escribió que”el deporte es una estilización de la guerra”. Aparentemente, porque en la historia que nos ocupa el deporte fue utilizado como más tarde lo sería la guerra, con el propósito de demostrar la superioridad de una raza. La Alemania nacionalsocialista montó unos JJOO impecables. Entre el 1 el 16 de agosto de 1936 en Alemania no podían encontrarse ninguno de esos odiosos carteles de propaganda antisemita que semanas antes inundaban el país. Bandas de camisas pardas de las temidas SA se habían encargado de retirarlos para suavizar la imagen de Alemania ante la opinión pública internacional. Los Juegos comenzaron con una novedad: un relevo de antorchas que llevó el fuego olímpico hasta el pebetero. Quien nos iba a decir que esa ceremonia, hoy en día tradicional y sagrada en la inauguración de los JJOO, fue ideada por el mayor propagandista de la Alemania nazi, el infame doctor Joseph Goebbels.
La hazaña más conocida de los juegos berlineses la protagonizó un negro de Alabama, nieto de esclavos, que hizo añicos la teoría de la superioridad de la raza aria. Jesse Owens fue el primer atleta en ganar cuatro medallas de oro en unos JJOO, gesta que nadie igualaría hasta 1984. Lo hizo otro norteamericano negro, Carl Lewis, en los Juegos de Los Angeles. Jesse Owens le estropeó los Juegos al Führer, que se negó a estrecharle la mano. Pero no le fue mucho mejor de vuelta a los EEUU: “cuando regresé a mi país volví a la parte trasera del autobús. No podía vivir donde quería, sino en los barrios para negros. Hitler se negó a estrecharme la mano, pero tampoco lo hizo mi presidente”. Roosevelt, el presidente más progresista de los EEUU en todo el siglo XX, estaba en plena campaña electoral, y no quiso enemistarse con los segregacionistas estados del sur dejándose fotografiar con un negro, por muy campeón olímpico que fuera. Jesse Owens tuvo que esperar cuarenta años para que un presidente de los EEUU le estrechara su mano negra: en 1976 Gerald Ford le entregó la más alta distinción recibida por un deportista norteamericano, la Medalla de la Libertad. Pero la figura de Jesse Owens, su estampa negra sobre la pista berlinesa, el rencor del Führer, el desprecio de su país, han sido suficientemente subrayados por la historia. Es otro capítulo de aquellos mismos juegos el que me gustaría contarles.
Viajamos en el tiempo hasta el 17 de septiembre de 1988. Las personas que
asistimos ese día en el estadio olímpico de Seúl a la ceremonia de inauguración de los JJOO que se celebraron ese año en la capital de Corea del Sur, pudimos ver como un anciano coreano de 76 años fue el último portador de la antorcha. Su nombre era Sohn Kee-chung. Cincuenta y dos años antes, cuando tenía veinticuatro de edad, aquel anciano protagonizó un hecho memorable para el deporte coreano, aunque la historia olímpica se empecine en atribuirle la gloria a Japón.
Japón dominaba con mano de hierro la península de Corea desde 1905; tanto la lengua como la cultura coreanas fueron proscritas y duramente perseguidas. A Sohn Kee-chun le cambiaron el nombre por otro japonés, Son Kitei, y con ese nombre acudió a los JJOO de Berlín representado a un país que no era el suyo para participar en la prueba reina, la maratón. Y ganó. Batió el récord del mundo y estableció una marca olímpica que duraría hasta la aparición de la "locomotora humana", Emil Zatopek. Tuvo entonces una oportunidad única para mostrarle al mundo su protesta por el trato que recibía su país por parte del imperialismo nipón. Durante la entrega de medallas, y mientras sonaba el Kimigayo, el himno japonés, Sohn Kee-chung bajó la cabeza y tapó la bandera japonesa de su uniforme con las hojas de roble del vencedor. Su compatriota Nan Sun-yong, medalla de bronce, le acompañó en la protesta. Un periódico coreano de marcado carácter nacionalista, el Dong-a Ilbo, tuvo la valentía de publicar en su portada la foto de ambos... con la bandera japonesa tachada. Seis personas fueron detenidas y el diario cerrado durante un año.
La venganza japonesa fue terrible. De vuelta a su país, a ambos se les prohibió seguir practicando atletismo por el "riesgo de verse envueltos en un movimiento nacionalista a través del deporte". Su carrera terminó de aquella abrupta manera. Cuando Japón capituló en 1945 su momento ya había pasado, y sólo pudieron seguir ligados al mundo del deporte desde la esfera técnica y organizativa. Sohn Kee-chung falleció en 2002, y hoy en día es una gloria nacional en su país. Pero hay algo que todavía la historia no ha corregido. Si repasamos los libros, la estadísticas, comprobaremos como le siguen atribuyendo la medalla de oro en la maratón de 1936 a un tal Son Kitei, atleta japonés. Probablemente esto es técnicamente correcto, pero también es esencialmente mentira. Porque el tal Son Kitei nunca existió, y porque el atleta que sudó aquella amarga victoria una lejana tarde de agosto de 1936 por las calles de Berlín ni nació en Japón ni se sintió nunca japonés.

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