Pero nadie me creía

Resulta que siendo yo veinteañero, anteayer, conspiré contra el poder establecido

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Resulta que siendo yo veinteañero, anteayer, conspiré contra el poder establecido. No me di cuenta de que la conversación subversiva que mantenía con dos amigos, con los que analizaba la necesidad de hacer llegar a la opinión pública los abusos del sistema, estaba siendo recogida por un esclavo del amo del poder. Tremendo error. Días más tarde, mis dos amigos, sus padres, abuelos, hermanos, vecinos del bloque, mis padres, abuelos, hermanos, vecinos del bloque y yo acabamos confinados en una ciudad represiva, creada adrede por el régimen para limpiar las calles de cualquier idea que se alejara del pensamiento único. Nos aplicaron, como Dios manda, la ley de responsabilidad colectiva. El que se queja y su entorno están contaminados y hay que alejarlos. Y que sirva de ejemplo. Años más tarde, después de ser testigo de la cruel muerte de todos mis allegados, y de morir en vida en medio de trabajos forzados y siendo cobaya de los crueles experimentos sobre mi cuerpo calcinado, mi alma encontró una rendija que me dio la fuerza para huir. Escapé del país. Conté lo que me pasó. Pero nadie me creía. Confié en el altavoz de la prensa. Pero nadie me creía. Pensé que el resto del mundo actuaría. Pero nadie me creía. Y ustedes, ¿me creen? Seguro que no. Porque es algo impensable de que ocurra en estos tiempos. A mí, por suerte, no me regalaron ese billete de ida hacia el infierno. Pero está pasando. El matón del mundo, la dinastía dictatorial de los Kim de Corea del Norte, utiliza esta práctica con el silencio cómplice de la comunidad internacional, acojonada ante el potencial nuclear de un país en el que sobrevive la práctica más sórdida, antihumana e indigna del estalinismo. Metan en google ‘Holocausto en el Campamento 22’, y tendrán acceso a un artículo de prensa, documentado y riguroso, con testimonios de norcoreanos que lograron escapar de los campos de concentración que aún hoy, ahora, mientras usted lee este artículo, mantienen muertos en vida a unas 200.000 personas. Como pasa lejos, muy lejos, parece que no pasa, pero sí. La forma más demoníaca del hombre tiene vía libre. Y nosotros, ciudadanos comunes de un mundo que lo consiente, tenemos la responsabilidad colectiva de creernos unos testimonios que demuestran que la realidad, otra vez, y ya son unas cuantas, es mucho más hija de puta que la ficción.

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